Entramos en marzo y este mes está dedicado a la mujeres. El 8 se celebra el Día Internacional de la Mujer, y por eso en La Historia Habla vamos a repasar la historia de las mujeres que vivían en nuestro continente antes de la llegada de los europeos.
En primer lugar debemos dejar establecido que la América precolombina era un gigantesco mosaico de culturas, muy diferentes entre sí y con variaciones más o menos profundas entre unas y otras en cuanto al reconocimiento a la mujer y su acceso al poder y al ascenso social como individuos.
Por ejemplo, los cacicazgos instalados en el territorio de Panamá tenían un sistema social jerarquizado. Las mujeres de alcurnia eran objeto de matrimonios para establecer vínculos entre señoríos y a la hora de la muerte del cacique, en algunos casos, varias mujeres eran enterradas con su cadáver.
A pesar de esto, y en la zona de Coco del Mar, cerca de las ruinas de Panamá Viejo se encontró hace unos años un enterramiento de una mujer que, por sus atavíos y las ofrendas con las que fue inhumada era de alto estatus, y que, además, estaba acompañada de nueve cráneos masculinos.
Si nos acercamos a las sociedades andinas, la estructura básica sobre la que se asentaba la sociedad era el ayllu (una comunidad familiar extendida que trabaja colectivamente un territorio de propiedad comunal). Dentro de estos ayllus no existía una marcada división del trabajo. No había ‘trabajos de hombres’ o ‘trabajos de mujeres’ y los cronistas se asombraban de que en muchos casos los hombres eran los que se quedaban en casa trabajando en los telares mientras las mujeres salían al campo. En estos ayllus había un consejo de matronas que eran las encargadas de elegir al jefe del clan.
Entre las etnias costeras del Perú, los tallanes, mochicas y huancavelicas se practicaba la poliandria, esto es, que una mujer puede tener varios maridos. Las gobernantes o cacicas, las kapullanas, eran dueñas de sus propios señoríos, y en esta definición entran tanto las tierras como los servidores que estaban ligados a ella.
Los conquistadores dan cuenta de que en el “Nuevo Mundo” existían comunidades matriarcales y matrilineales como en el Cuzco y las costas del Pacífico, enfrente de Panamá, donde el heredero de un señor era su mujer legítima y luego el hijo de la hermana. En algunas etnias, las cacicas accedían al poder por la línea de descendencia materna. Es decir, heredaban los cargos que dejaban sus madres, así como lo hacían los hombres por vía paterna.
De la misma manera, entre los mayas las mujeres llegaron a tener la misma importancia que los hombres en la conformación de linajes (Hay inscripciones donde los gobernantes justifican su legitimidad para gobernar por ser descendientes de determinado linaje femenino) y otras veces ellas mismas ostentan cargos políticos relevantes. Los epigrafistas han encontrado varias referencias en las inscripciones a mujeres que fueron reinas o regentes: Unen B´alam de Tikal (siglo IV); a la Señora de Tikal (siglo VI); en Palenque encontramos a la Señora Yoh Ik Nal (finales del siglo VI) y la Señora Sac Kuc (inicios del siglo VII), en Piedras Negras gobernaron la Señora Rector Katún y la Señora Huntan Ahk (siglo VII). La Señora Seis Cielo de Dos Pilas viuda del rector de Naranjo tomó el poder político, militar y religioso. Y aún encontramos otro caso de viudas regentes, durante el siglo VIII, el rector de Yaxchilán muere y su lugar es ocupado por una de sus esposas. Que mantuvo el poder durante diez años para poder investir más tarde a su hijo, Pájaro Jaguar IV.
Esta dedicación a los asuntos de gobierno y militares no era solamente teórica, algunos conquistadores se encontraron en más de una ocasión con mujeres guerreras. Y a pesar de la mentalidad de los hombres del siglo XVI muchos de ellos no pudieron dejar de reconocer que eran guerreras que peleaban con bravura. Francisco de Orellana en 1540, encontró en las márgenes del río Napo a los jíbaros y los aucas que masacraban sin piedad a los invasores. Pero sobre todo quedó fascinado y aterrorizado por mujeres guerreras que le recordaban a las míticas amazonas de los textos clásicos. Navegando en canoas, rubias (según la descripción de Orellana), con su cabello trenzado y enrollado en la parte alta de la cabeza, grandes y de miembros fuertes, belicosas y audaces, usaban arcos y flechas envenenadas. Cuando no andaban completamente desnudas se cubrían con túnicas de colores brillantes y plumas, tanto lo impresionaron estas mujeres guerreras que decidió llamar al gran río sureño con el nombre mítico de las Amazonas.
Unos años antes, en la isla de La Española , en 1493, la cacica taína Anacaona incitó y acompañó a su marido, Caonabo, en el primer levantamiento apenas iniciada la conquista, destruyendo y matando a los habitantes del Fuerte Navidad. Fue capturada y condenada a la horca en 1504 por orden de Nicolás de Ovando.
En 1538, Gaitana, cacica de Timaná en el Huila, en la zona de la Colombia andina, lideró a los yalcón contra las huestes españolas de Pedro de Añazco que pretendía fundar una villa en Timaná para poder mejorar la comunicación entre Popayán y el Magdalena. Uno de los caciques yalcón se resistió al llamado a pagar tributos y Añazco mandó a quemarlo vivo delante de su madre. La indignación fue tal que, comandados por Gaitana, la madre del ejecutado, todas las tribus de la región se levantaron en armas y lograron expulsar a los españoles de la zona.
Yanequeo fue una mujer jefa mapuche que tomó el poder de su tribu en 1586, tras quedar viuda. Los españoles, que habían matado a su marido, tuvieron esa piedra en su zapato durante dos años. Después de varias batallas donde derrotó una y otra vez a los invasores se retiró del poder y desapareció sin dejar rastro.
Ana Soto, nombre de bautizo de una indígena guayón, en Barquisimeto, en Venezuela, se cansó de los malos tratos que le daban en su trabajo como cocinera en una hacienda, y en el año 1618, huyó al monte, organizó tropas y durante cincuenta años trajo de cabeza a los españoles que no lograron capturarla sino hasta 1668. Cuando la atraparon la condenaron a ser empalada.