Aquiles, populismo y pandemia

La situación que atraviesa Brasil es la única que se puede esperar cuando quien gobierna le da la espalda a la ciencia, se mueve impulsado por prejuicios y toma decisiones a contravía de lo que dictan los hechos.

El pasado martes, la nación sureña alcanzó la cifra de 2 mil 841 fallecidos por coronavirus en el lapso de 24 horas, superando el récord anterior de 2 mil 286 víctimas alcanzado a inicios de la pandemia, el 10 de marzo de 2020.

La crisis del sistema hospitalario es casi inminente: en 24 de los 27 estados brasileños la tasa de ocupación de las camas de unidades de cuidados intensivos es igual o superior al 80 por ciento; en 19 capitales del país esa cifra excede el 90 por ciento. La nación del “samba” y el “juego bonito” se ha convertido en el epicentro global del coronavirus.

Desde el inicio de la pandemia, el mandatario Jair Bolsonaro desdeñó el uso de mascarillas, cuestionó acremente la eficacia de las vacunas y se opuso a cualquier medida de confinamiento por el impacto de las mismas en la economía.

En un año de crisis sanitaria, el país ha visto desfilar, sin pena ni gloria, a tres ministros de salud. El pasado lunes fue designado el cuarto: Marcelo Queiroga, un cardiólogo de 55 años de edad y más de 30 años de experiencia en el sector privado, que destaca la importancia de acelerar el proceso de vacunación: el talón de Aquiles de una administración que ha dado pruebas de no tener ni un plan ni un calendario para llevar a cabo el proceso de inoculación.

Con una población de 212 millones de habitantes, sólo el 4 por ciento de la población de Brasil ha recibido una vacuna: poco más de 10 millones recibieron la primera dosis y solamente a 3.6 millones se les ha aplicado la segunda. El caldo de cultivo perfecto para una ola de contagios de dimensiones impresionantes y con el potencial para saltarse las fronteras.

Para Margareth Dalcolmo, neumóloga y una de las voces más respetadas de la nación, solo la vacunación masiva puede salvar a Brasil del abismo.

Esperemos que su voz, sustentada por la ciencia y los hechos médicos, sea escuchada por un gobierno que ha destacado por prestar oídos sordos a la realidad y moverse impulsado por las pasiones políticas. Brasil está a un paso de sucumbir no sólo a la pandemia del coronavirus, sino también al cáncer mortal del populismo desenfrenado.

 

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