“Se borraron las pisadas
se apagaron los latidos
y con tanto ruido
no se oyó el ruido del mar…”. J. Sabina
Con la pandemia debida al COVID-19, muchas cosas están suspendidas, esperando el momento adecuado para reanudarse. Sabido es que vivimos en una ciudad ruidosa, en la que los automovilistas y los conductores de general compiten –y no muy sanamente- para saber quién emite más ruido. Pero la emergencia los tiene a buen recaudo. Es de esperar que nadie extrañe ese ruido y que los ruidosos hayan tomado conciencia del hecho.
¿Qué es el ruido?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha definido el ruido como todo sonido superior a 65 decibelios (dB). Si ese sonido supera los 75 dB, se vuelve dañino, mientras que si llega a los 120 dB se torna, además, doloroso.
En concreto, la contaminación acústica es el ruido excesivo, que implique molestia o daño para las personas, los bienes o que tenga efectos dañinos sobre el medio ambiente. Agreguemos que también los animales sufren por esto, ya que puede perturbar su vida y provocar cambios en su reproducción, incluso, llegar hasta la extinción.
De tal manera que, en la búsqueda de contrarrestar estos efectos nocivos, la OMS recomienda no superar los 65 dB en el día, mientras que para tener un descanso apropiado, durante la noche lo ideal es que no pase de 30 dB. Lo que no parece saber la OMS es cómo hacerle para que esa disposición se cumpla.
Las grandes urbes son los centros que más “aportan” a esta contaminación acústica. Veamos.
El claxon de un automóvil (principal foco de ruido citadino) provoca 90 dB, mientras que el de un autobús “diablo rojo” –sobre todo en una ciudad como Panamá, en la que hay competencia para demostrarle al resto del mundo que tenemos las bocinas más estridentes- sobrepasa los 100 dB. Entre las consecuencias negativas del ruido de los automóviles están las distorsiones del sueño e incluso hasta los infartos, responsables de un millón de muertes cada año, según la OMS.
Y qué decir de las motos, las que no utilizan bocinas tan poderosas, pero que le causan un placer infinito a su conductor con el ruido ensordecedor del motor… aunque pueden arruinarle la vida a cualquier parroquiano sentado en el frontis de su casa, viendo pasar la tarde. Puntos de vista diferentes.
Los aviones también contribuyen a la contaminación, ya que cada vez que uno de estos aparatos cruza nuestro espacio cercano, su impacto de ruido es de 130 decibelios.
La construcción, uno de los principales motores de la economía de nuestros países “en desarrollo”, es otro foco de ruido importante; ruido de maquinaria removiendo escombros, cavando, carpinteros con serruchos y martillos, máquinas descargando concreto, en fin. Basta decir que un martillo mecánico puede llegar a emitir ruido de 110 dB.
Ahora bien, lo que no está muy claro es cuántos decibelios produce un automovilista que lleva un aparato de sonido a todo volumen, tocando un reguetón, por supuesto, con las ventanas abajo, para que la ciudad entera se entere de que tiene un muy buen equipo de sonido. De seguro, ese bate cualquier récord, con el consabido grado de sordera que produce en quien maneja ese equipo.
Pero no solo es un problema de la ciudad, la que cada vez más va ampliando sus fronteras e invadiendo bosques y terrenos que antes servían para otros menesteres menos invasivos. También se ha trasladado a nuestros mares.
La revista Science acaba de publicar un interesante reportaje relacionado con este tema, en el que no solo denuncia los hechos sino que propone algunas soluciones.
Según dicha publicación, “la contaminación acústica causada por el tráfico marítimo, la pesca y otras actividades industriales altera la fisiología, la reproducción e incluso la supervivencia de los animales”.
En el mismo reportaje, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) propone que el ruido causado por las actividades humanas sea considerado como factor de estrés, ya que los animales marinos –sensibles al sonido, que guía su desarrollo y modo de vida- se van afectados por el ruido causado por los humanos. Y es algo que causa daño a todo tipo de animales marinos, desde el más pequeño molusco hasta las inmensas ballenas. Esto, debido a que el sonido viaja más rápido y más lejos en el agua.
Sumémosle que la alteración del clima y el comportamiento humano han provocado un deterioro inmenso en el hábitat de arrecifes de coral y algas, dejando en silencio algunos sonidos que utilizan las larvas para encontrar sus propios hábitats.
Muchos estudios hay respecto a la contaminación acústica, los que buscan minimizar el ruido y los efectos adversos de este en ciudades y mares del planeta. Un dato no menor para querer acabar con este tipo de contaminación es aquel de la Agencia Europea del Medio Ambiente, que señala que cada año, solo en ese continente, el ruido causa 72 mil hospitalizaciones y unas 16 mil muertes prematuras.
De esos estudios, todos concluyen en que algo debe hacerse para aminorar el ruido. Algunos países, sobre todo del otro lado del Atlántico, han tomado medidas, y hoy día es muy raro escuchar a un conductor haciendo sonar el claxon de su automóvil.
Un estudio en particular, de la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdalá, de Arabia Saudí, propone la gestión de nuevas tecnologías para aminorar la invasión acústica en el mar: disminuir el ruido de motores y hélices, con motores eléctricos y utilización de materiales más adecuados en los cascos de las naves.
Sin duda, los ecologistas, expertos en medio ambiente y otros especialistas buscan la manera de acabar o al menos minimizar los daños de la contaminación acústica en el planeta, ya sea en tierra, aire o mar. Sin embargo, se necesita del concurso de otros actores, como las grandes empresas dedicadas a la construcción de vehículos, para que al fin se vean resultados concretos. En Panamá, concretamente, hay que educar a los conductores ruidosos, aquellos que disfrutan atormentando a sus semejantes con el ruido de sus motores… o de sus aparatos de sonido.
Campaña chilena contra el ruido.