Para esta fecha en circunstancias normales el panameño estaría arrastrando una resaca de las buenas. No se diga otra cosa: nos gusta la fiesta, más si esta dura varios días y mejor si es una locura. Esa se llama Carnaval. Ahora, pasada la modorra del jolgorio, igualmente, en circunstancias normales, nos adentraríamos a la Cuaresma, tiempo en que el cristiano deja atrás lo mundano y se prepara para abrazar lo espiritual.
El año pasado antes del Carnaval se oía hablar de rebote del coronavirus, a lo lejos allá en un bosque de la China se decía que algo estaba pasando. Pero era allá, acá los que sabían de “viruses” recomendaban simplemente preservarse de lo bueno y abstenerse de lo malo. O preservarse de lo malo y abstenerse de lo bueno, no sé. La cosa era que gozaran su Carnaval y luego vivieran su Cuaresma. Y hasta aquel que clamaba en el desierto a todo pulmón que había que suspender los carnavales; sin saber, pero queriendo nos alertó del fuego del infierno del coronavirus. Entre ese Carnaval y este, pasando por la pandemia y las cuarentenas, mucho ha llovido y mucho se ha llorado: más de 330 mil contagiados y al paso que vamos llegaremos a los 6 mil muertos. Las cifras no hay que repetirlas, total todos los días nos las recuerdan, en eso sí hay una puntual transparencia.
Empezamos esta tragedia con humor; temerosos, pero siempre alertas pues las noticias que llegaban de todas partes eran cada vez más alarmantes, y lo peor era que aumentaban en espanto, haciendo que nuestro reloj se acelerara pues estaba claro que pronto nos iba a tocar. Vivimos nuestra historia de Fermina y Florentino como la primera novela de amor con un final feliz, pero abucheado. Aquel amor en los tiempos del coronavirus terminó pidiendo auxilio, y ese rescate hizo entender a medio Panamá que esta peste no hacía distinción.
La covid-19 sabía desde el día uno que nos iba a dividir y eso para mí ha sido lo peor, después vendría la corredera. Es hoy y cada uno ha vivido su plaga a su manera. Toda la campaña sanitaria ha sido dirigida a lo básico, y lo mismo que se dijo en marzo del año pasado se puede repetir hoy. Lávese las manos, mantenga la distancia y use mascarilla. Pero no hacemos caso, ni los de arriba ni los de abajo. Los esfuerzos han sido en vano, y no podía ser distinto pues esto jamás nos había pasado.
Y haciendo cuentas, juntar las redes sociales, que es casi otra peste, con la pandemia y cuarentenas ha dado como resultado que nadie sabe para dónde vamos. Y los que deben saberlo, es más los que lo saben, están más asustados que nosotros pues cada día la loma se empina más, y como esto jamás nos había pasado, ni a ellos ni a nosotros, nos convencen diciendo que hay que seguir los protocolos. Y en eso, aguantándonos el protocolo ya llegamos a la vacuna. Que debe ser la solución.
No puedo juzgar a nadie, trato, y ahora en Cuaresma menos, pero estoy por echarle la culpa de esto a cualquiera que esté bien. Y se la esté gozando. Entonces entramos a las teorías conspirativas, que no son más que telarañas en el inconsciente colectivo que a todo le busca un acertijo. Resulta que en un mundo paralelo esto ha sido calculado y hay alguien que lo está controlando. Punto. No sigo, porque en serio hay gente que se lo cree, esos son los que no hacen caso. Pero como esto jamás nos había pasado, los que se resisten a todo ni siquiera están pensando en vacunarse. Entonces, frente a una pandemia de dimensiones planetarias, ante una vacuna que es una moneda al aire y que no le llegará a todo el mundo, y si a los que les llega algunos no se la quieren poner, sumado a todas las carencias de siempre, y el tiempo pasando, la verdad que esto asusta.
Albert Camus se refería a la guerra como si fuera una peste, en palabras de nuestras autoridades esto empezó así, con el eufemismo de que era una guerra. Con frases novelescas se intentó matizar la realidad del virus. A falta de balas las informaciones estaban para eso, para hacernos entrar en cintura. No se logró. Entonces a la ecuación de la pandemia se le sumó la atrevida ignorancia. La verdadera guerra se está librando en las redes, hoy el panameño sabe más de ciencia que de fútbol.
Habla de boxeo y política con tanta naturalidad que cambia de esquina para opinar de microorganismos, genética y hasta recetar remedios tan solo oye sonar una campana. No sé cómo será en otras partes, en un tema que es universal, pero a nosotros nadie nos gana, vemos una bata blanca y ya nos creemos doctores. Los médicos merecen respeto, y más los que son buenos. Y en esta pandemia son muchos los que han puesto el pecho luchando contra esta peste, cuántos de los que con la boca se disfrazan se pondrían esa bata.
No se puede temer a lo que no se ve, pienso que es la excusa cuando las cifras aumentan. Si tú oyes una balacera te resguardas. Pero con este virus, cómo hacemos. Si alguien muere, entonces le tocaba. José Saramago, que también escribió de pestes, habló de una en que la gente perdía la vista de repente. Caos total, igual que La peste de Camus.
Ambos escritores coincidían en algo. Ellos decían que, así como había llegado la plaga, así mismo se iba a ir. Y así fue. La ocupación nazi de Francia acabó y la gente de a poco recuperó la vista. Pero con nuestra peste las cosas son distintas. Ellos no hablaron de ninguna nueva normalidad, simplemente se acabó lo que los estaba matando. No hablaron en sus obras de convivir con el enemigo para siempre o vivir con un solo ojo. Simplemente, porque esto nunca había pasado.
Por ahí leí una vez que El amor en los tiempos del cólera era el preferido de Gabriel García Márquez. Cuántas ideas le habrían nacido al nobel en medio de esta pandemia. No se puede negar que todo este tiempo ha servido para sacar lo mejor y lo peor de nosotros. Gracias a Dios en medio ya van dos cuaresmas, sirvan para expiar nuestros demonios.
Gabo supo burlarse del cólera, con su ingenio logró ponerle seguro a la felicidad de Fermina Daza y Florentino Ariza, al barco lo protegió con una bandera. Territorio libre de cólera, era el mensaje del amarillo de la bandera. Todavía veo lejano izar la bandera que signifique la derrota de esta plaga, y no creo que con la vacuna estemos cerca. Es una esperanza, así debemos tratarla. Sin duda cuando esto pase, habría que mostrar de alguna forma la alegría de la victoria. En lugar de una bandera, yo izaría una bata blanca.