Como portazos en plena cara, son muchas las lecciones recibidas de la pandemia. La llegada de cada nuevo día mantiene al país en vilo pendiente de cada inesperada verdad de a cuño.
Y los problemas causados por la crisis sanitaria alcanzan todos los rincones de la vida humana: desde el económico y laboral hasta el educativo y de salubridad, pasando por el social y cultural. Problemas extremadamente complejos y de proporciones tales que exigen más recursos de los disponibles y más capacidad y talentos de los que nunca antes se habían requerido.
Una de las lecciones más notables recibidas en estos once meses críticos es la vergonzosa carencia que luce la clase política de las capacidades y habilidades necesarias para concebir y generar soluciones efectivas a los descomunales problemas enfrentados por el país.
Mientras los acostumbrados escándalos alimentados por la corrupción y el caciquismo político se han multiplicado, la nota destacada ha sido la ausencia de estrategias claras para afrontar asuntos tan fundamentales como la adquisición de las vacunas y el respectivo proceso de aplicación de las mismas, por poner un ejemplo.
La lección es clara: los cambios que se venían perfilando en el horizonte mundial adquirieron una velocidad inusitada con la aparición de la crisis del coronavirus. En el campo de la tecnología aplicada a los asuntos cotidianos, verbigracia, se convirtieron en realidad los escenarios que se tenían pronosticados para lapsos de tres, cinco y hasta diez años. Y esta irrupción tecnológica ya está marcando el rumbo en todos los demás renglones del hacer cotidiano y aquellos que no puedan integrarse a ese cambio quedarán rezagados.
La ciudadanía cada vez adquiere más clara consciencia de esa realidad: el país enfrenta problemas propios del siglo XXI y la casta política- que nos representa en el manejo del Estado- los afronta con mentalidad de siglos pasados. Y este desfase sólo provocará un creciente descontento en contra de quienes arriban al poder por simple oportunismo careciendo de la preparación, el talento y las habilidades que urgen para llevar a cabo una buena gestión estatal.