Poder, confetis y serpentinas

Es evidente que la política no tiene muy buena prensa por los rumbos latinoamericanos. La percepción dominante acerca de ella raya en el desprecio. Ha de ser por eso que requiere de tanta promoción y trabajo para venderse; y de tantos maquilladores para lavarse la cara.

No en vano suspiró aliviada con el nacimiento del marketing político: esa fusión inicial entre las ciencias políticas y el mercadeo, cuya primera finalidad era la promoción de las ideas y los proyectos, la de convencer a la masa electoral que la construcción de un futuro promisorio era posible si se ejecutaba de acuerdo a un plan orquestado desde las ideologías y los valores sociales: justicia, ley, orden, democracia, participación.

Lamentablemente, en nuestro paisaje criollo, el mercadeo se fusionó con la publicidad en su más cruda versión, dejando por fuera a las ciencias políticas; y convirtió en su misión vital influir en el electorado con la única finalidad de obtener su voto y acceder al poder: sin ideologías, sin proyectos, sin ideas. Sin ofrecer una utopía a cambio.

He ahí la razón por la que nuestro tercermundista escenario político está plagado de personajes y figuras sin aristas meritocráticas: carentes de la estatura ética e intelectual requerida para ejecutar los grandes cambios nacionales que los tiempos presentes exigen en el concierto global. Lograron venderse igual que se vende un frasco de vinagre o una sopa instantánea.

Y son esos mismos personajes que, al carecer de las ejecutorias que despiertan la admiración ajena y alimentan la valía propia, inyectan en la política otra de las grandes lacras modernas: la teatralidad. Discursos insignificantes pronunciados en monumentales tarimas, caravanas de autos a la hora de cualquier traslado, decenas de escoltas para quienes no logran despertar ni la repulsa de los parientes.

La teatralidad utilizada para subrayar una importancia inexistente, por un lado; y para pintar el fracaso con una capa de barniz lo más parecido posible al éxito, por el otro.

En fin, marketing político y teatralidad venían a la mente ante el espectáculo de tan pequeña caja de vacunas flotando sobre la inmensa plataforma en que bajó del avión. Ambos, marketing y teatralidad ejercieron su papel y maquillaron el estruendoso fracaso de quienes luego fueron a dormir sintiéndose héroes de una hazaña existente sólo en sus mentes y en sus manipuladas percepciones.

El vacío en las ejecutorias quedó opacado bajo la intensidad de las candilejas y la incompetencia fue sepultada bajo toneladas de confetis y serpentinas.

 

 

 

 

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