Que vivimos en una época donde impera la frivolidad es cosa sabida. Para comprobarlo sólo precisamos de un ligero vistazo a la palestra nacional y a los medios, incluidas las redes sociales. El discurso que reina- con muy pocas excepciones- carece de peso y de sustancia, por no decir que de ideas y argumentos. La diatriba, el insulto, la mentira y la descalificación personal tiñen todos los aspectos del país.
Nada se ha escapado de tan terrible pérdida de sustancia y peso: ni la política, que bien llevada alberga las mayores posibilidades de materializar los cambios que los pueblos sueñan.
Y es que cuando la importancia de los personajes que ganan la atención pública la determinan los “likes”, el número de seguidores y los ingresos publicitarios que logren generar como consecuencia de su habilidad para matar el aburrimiento y proporcionar diversión ligera a las multitudes, llegó el momento de preocuparse por la dirección en que se mueve el conjunto social.
El presente en que nos encontramos sumidos, con su carga de angustias y problemas nunca antes experimentados, reclama argumentos, la generación de ideas y de aportes creativos para salir del hueco en que nos deja una pandemia devastadora a nivel local y global.
En nada ayuda que la intelectualidad del patio, los grupos con las herramientas para desgranar la realidad y estudiarla a profundidad, se replegaran en las sombras y abandonaran la palestra pública ante el arribo y la invasión de los “influencers” en todos los escenarios criollos. Con ello sólo se privó al país de la discusión capaz de formular los nuevos paradigmas y los conceptos que se requieren para superar los escollos que la crisis sanitaria nos puso en el camino.
Necesitamos elaborar una sociedad con más sustancia y menos espectáculo. Y para ello estamos obligados a instaurar las condiciones que hagan posible el surgimiento de nuevas mentalidades semejantes a las de Justo Arosemena, Diógenes de la Rosa, Eusebio Morales y tantos otros pensadores que en su momento establecieron las bases de lo que llegamos a ser. Este es el momento de expandir el alma nacional y asumir los retos para construir el nuevo futuro: un futuro alejado del imperio de la frivolidad que durante los últimos años ha sido la nota dominante.