Aquel viejo leñador

El 19 de noviembre de 1863- hace exactamente 157 años- Abraham Lincoln se tomaba la tribuna en la Dedicatoria del Cementerio Nacional de los Soldados en la ciudad de Gettysburg y pronunciaba el que tal vez sea el discurso más famoso y citado de la era moderna.

En aproximadamente 300 palabras y una alocución que apenas supera los dos minutos, aquél legendario leñador convertido en presidente marcó un hito en la oratoria mundial, sobre todo por el cierre aquél donde establece la mejor definición de la democracia al proclamar que “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra”.

Siglo y medio después, ¿comprendemos el significado exacto de esa frase?

Comprenderlo a cabalidad toma importancia en tiempos como los que corren, cuando en la mayor parte de nuestro continente no termina de cuajar esa democracia tan bien definida por Lincoln en aquel paraje que, cuatro meses antes, fuera escenario de la batalla más encarnizada y crucial de la guerra de Secesión.

En el estrecho horizonte político de nuestras naciones, la democracia se reduce a la jornada electoral donde los votos ciudadanos depositados en las urnas proporcionan una especie de patente de corso a los especímenes que arriban al poder para disfrutarlo durante los siguientes cuatro o cinco años. Especímenes que ya enquistados en sus respectivos tronos dedican sus esfuerzos a cultivar intereses personalistas y a proteger y defender los de la minoría económicamente poderosa que les aportó financieramente para el buen término de sus campañas: los intereses y las necesidades de aquellos a quienes, en teoría, representan quedan abandonadas en el camino.

Y es ese abandono, junto a la corrupción y demás lacras políticas, lo que da origen a los explosivos disturbios que en las últimas semanas encendieron al Perú y que anteriormente sacudieron otras latitudes de América Latina.

La esencia de la democracia- desde sus orígenes en la antigua Grecia, pasando por esa memorable mañana en Gettysburg y hasta llegar a nuestros días- descansa en reconocer que el verdadero poder radica en el pueblo (gobierno del pueblo), el cual elige a sus autoridades (gobierno por el pueblo) para que gobierne en aras del bien común (gobierno para el pueblo). ¡Qué nadie lo olvide!

 

 

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