Al poder por la sangre II

En la entrega anterior de La Historia Habla consignábamos algunos de los magnicidios que cambiaron el curso de la historia mundial, Julio César, Abraham Lincoln o Francisco Fernando de Habsburgo. Vamos a continuar hoy con historias de sangre derramada en aras del poder.

León Trotsky, exiliado en México, escribió en su diario el 7 de febrero de 1935 “Los acontecimientos no tardarán en cerrar este diario, si no lo termina antes el disparo hecho desde algún rincón por un agente de Stalin, Hitler o de alguno de sus amigos”.

Como un tétrico presagio, el que había sido un hombre clave en la revolución soviética de 1917 sabía que su final iba a ser sangriento.

Los medios de comunicación rusos se referían a él como ‘enemigo del pueblo’. Aunque, en realidad, este apelativo lo tenía cualquiera al que Josef Stalin considerara como un estorbo. En las grandes purgas millones y millones de rusos fueron condenados a morir de hambre o enviados a los gulags donde trataban de reprogramarlos mentalmente. O, en el caso de fallar en el intento, hacer que murieran; allí fallecieron miles de intelectuales, militares, obreros y artistas, todos aquellos que no se rigieran por el pensamiento único que dictaba Josef Stalin.

No fue la primera vez en la historia de la humanidad, y seguramente no será la última, en donde regímenes instaurados en un primer momento como una respuesta frente a la profunda desigualdad entre las clases sociales y la miseria que eso conllevaba para el pueblo, se tornan totalitarios y represivos. El sistema descrito en el libro Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn, era un sistema de campos de concentración para trabajos forzados diseminados por toda la URSS. Una cita famosa de Josef Stalin es “La muerte de un individuo es un hecho trágico, pero la muerte de un millón de personas es simple estadística”.

Pero volvamos a Trotsky, desde 1905 participó en los principales acontecimientos políticos de Rusia, la revolución de 1917 le confirió todavía más protagonismo. Con el apoyo de Lenin logró la salida de Rusia de la I Guerra mundial y organizó el Ejército Rojo, que, bajo sus órdenes, sometería cualquier idea opositora,

Pero cuando Lenin sufrió una apoplejía y fue apartado del poder, Trotsky cayó en desgracia, fue acusado de violar la disciplina del partido, de no compartir los auténticos ideales revolucionarios y en 1940 Stalin dio esta orden al Comisariado del Pueblo para los Asuntos Internos: “Hay que terminar con Trotsky este año, antes del comienzo de la guerra, que es inevitable”.

Tras sobrevivir a varios ataques, el 20 de agosto de 1940, Ramón Mercader entra en el despacho de Trotsky cubriendo bajo una gabardina un puñal, una pistola y un piolet con el mango recortado. Y fue con el piolet con lo que asesinó a Trotsky: “Le pegué una sola vez y él lanzó un grito lastimero y desgarrador al mismo tiempo que se arrojaba contra mí para morderme la mano izquierda, como pueden ver en estas marcas de dientes, después dio tres pasos lentamente hacia atrás. Tan pronto como oyeron el grito empezaron a llegar personas. Casi perdí la conciencia y no intente escapar”.

Ramón Mercader, tras cumplir su condena de 20 años en México, voló directamente a Moscú, donde fue recibido como un héroe y recibió la Orden de Lenin y la Medalla de Oro de la URSS. Murió en 1978 en Cuba adonde había emigrado al final de su vida porque el clima de Moscú era demasiado duro para él.

En el magnicidio de John F. Kennedy confluyen muchas de las características que convierten un magnicidio en una leyenda. Su carisma y el cariño que le tenía la gente. Su familia aparentemente perfecta, la elegancia de su mujer, Jackie. Se relación con los círculos de familias de rancia raigambre en los Estados Unidos lo dotaban de un aura de charme y encanto.

Pero también las intrigas. La mafia. La inoperancia del FBI y la CIA. El supuesto asesino, Lee Harvey Oswald, asesinado apenas unas horas después. Un proyectil que hace una trayectoria improbable.

El presidente Johnson que creó una comisión para que investigara los hechos, pero en cuyas conclusiones nadie ha creído nunca. Que son las siguientes:

 

– Oswald mató a Kennedy. Lo hizo solo, sin ayuda de nadie.

– Realizó tres disparos, dos de los cuales dos impactaron en el presidente.

– Lo hizo por su estado de alteración mental. No tuvo una motivación política.

– Disparó desde el sexto piso de un depósito que estaba al costado de la avenida.

– En su fuga disparó y mató a un policía.

– Jack Ruby mató a Oswald dentro de la comisaría también sin ayuda de nadie. La policía sólo cometió el error de no ser estrictos en alejar a la gente del lugar.

– Ningún miembro del gobierno estuvo involucrado ni participó de una conspiración para asesinar el presidente.

– El FBI, encargado de la custodia presidencial, procedió con métodos anticuados. Esa desactualización en los procedimientos debía ser subsanada en corto plazo.

Las teorías de conspiración han apuntado a la CIA, a la KGB, a los masones, a la Reserva Federal y también a la Mafia.

Esta última teoría es la que al parecer tendría más peso y tiene que ver con la lucha contra la Mafia que inició John F. Kennedy. Esta persecución desató la guerra entre las distintas bandas rivales y provocó que Robert Kennedy, que en ese momento era fiscal, los comenzara a procesar. Algo que hasta ese momento nunca se había producido en Estados Unidos. Se dice que la cruzada de Bobby para aplastar el crimen organizado logró que, en represalia, ese día en Dallas hubiera tres asesinos de tres de las grandes familias de la mafia que dispararon a la vez. Y la bala asesina que impactó en la cabeza del presidente salió de una alcantarilla donde estaba situado Johnny Roselli.

Las informaciones contradictorias y la manipulación de la información sobre el tiroteo han llevado a hablar durante años de una bala mágica con un recorrido imposible para negar la existencia de varios tiradores. El complot es más que evidente aunque trate de cargar toda la culpa sobre Oswald, que fue a su vez asesinado en una comisaría, a la vista de todos, por el mafioso Jack Ruby.

Todo esto nos ofrece en bandeja un sinnúmero de teorías conspirativas, a cada cual más peregrina, y una sola seguridad: es probable que nunca sepamos quién asesinó a Kennedy.

 

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