Resulta preocupante que en la trifulca social que nos corroe, se amasan criterios y valores como se amasa la plastilina en el jardín de infantes: a gusto y preferencia de cada cual.
Con ese actuar, vamos acercándonos peligrosamente al abismo cuando, entre otras fallas, exigimos ardientemente la presunción de inocencia para nuestros favoritos, pero hacemos arder en la hoguera- sin juicio previo- a todo aquél que alimenta nuestra antipatía.
Y más preocupante resulta cuando este vicio se manifiesta en sectores profesionales que giran en torno al derecho y que- en teoría- deben tener un criterio más estricto en el manejo de estos conceptos. Pesa más en ellos las simpatías políticas que la formación académica y, como un cáncer, van enfermando todo el tejido social.
En las redes digitales es moneda corriente este tipo de extremismo, esta manipulación sórdida y descarada de conceptos y principios para confundir al público y someterlos al influjo de opiniones que anteponen los intereses personales sobre los de la ciudadanía. Ya son demasiadas las maquinarias que día tras día se entregan a este proceso de manipulación sin medir consecuencias.
Incitar odios fanáticos no resuelve nuestros problemas ni ayuda a forjar un discurso constructivo. Es hora de abandonar las armas de la propaganda manipuladora, tiempo de dejar a un lado el egoísmo personalista y ampliar nuestros horizontes. La recuperación post pandemia reclama un debate alimentado por valores y argumentos sólidos, fundamentado en el respeto a quienes no comparten nuestras ideas.
“Si yo he visto más allá -proclamaba Newton-, es porque logré pararme sobre hombros de gigantes»… ¿Encontraremos nosotros alguno entre tanta miseria política?