Lo ocurrido hace un par de noches en un restaurante de la localidad es sólo un síntoma de la profunda descomposición social que amenaza a la nación. Un grupo de personas, entre ellos funcionarios de la administración, violaron las disposiciones establecidas respecto a la cuarentena y se reunieron a celebrar animados por ese espíritu de impunidad que parece reinar en ciertos sectores ciudadanos.
Y esto sucede cuando el país aún no ha olvidado otro episodio semejante acaecido hace algunas semanas donde los protagonistas de la violación de la cuarentena fue un ‘selecto’ grupo de diputados reunido en otro restaurante citadino.
Además de la indignación ciudadana provocada, ambos eventos tienen en común algunas características lamentables: el sentimiento de impunidad con que se desenvuelven los infractores, el absoluto desdén por las normas que rigen la convivencia social y la certeza de todo aquél conectado a los círculos de poder de estar por encima de la ley.
El conjunto de normas legales – ¡la LEY! -, es el esqueleto sobre el que se construye el cuerpo de la nación. No podemos soñar con una nación vigorosa si el esqueleto es frágil y quebradizo. No podemos esperar mejores tiempos mientras un grupo de ‘privilegiados’ incumplan arrogantemente las normas que rigen la vida en común. Si el esqueleto está corroído por el cáncer de la impunidad, esta pandemia será un pequeño detalle comparada con el futuro oscuro que se pinta a la vuelta de la esquina cuando exploten el descontento popular y la anarquía.