Hic sunt dracones, ‘Aquí hay dragones’, se leía esa frase en aquellas regiones aún inexploradas de los mapas, advirtiendo de los peligros que en ellas pululaban. Hic sunt dracones, deberían poner desde hace unos meses en cualquier lugar que no sea la seguridad de nuestra fortaleza hogareña, para aquellos que tenemos la suerte de tenerla, claro está.
Y así estamos, inmerso todo el globo, en un remedo de las cómicas que vimos en nuestra infancia. Dragones afuera, reconvertidos en virus y nosotros en las casas convertidas en mazmorras.
¿Y los carceleros? Ellos están bien, gracias.
Para aquellos que tenemos el corazón dividido, esta pandemia ha sido mucho más que un problema de hacer acopio de víveres o de racionar las pintas en la nevera para poder aguantar durante la Ley Seca. Con un ojo en España y por ende en Europa, y otro en Panamá y por ende en toda Latinoamérica y China, los dragones se convertían día a día en hidras de siete cabezas.
¿Han visto ustedes los dragones chiquititos? Son monísimos, sí, claro, pero sabes que son peligrosos y que un hipo mal sacado te puede incendiar las cortinas del comedor, aun así, a nadie le va a dar miedo un meracho con alas de murciélago camaleónico.
Así que, al principio, la tierra habitada por los dragones no era más que monte cubierto de orégano. Recordemos aquellos tiempos no tan lejanos de inconsciente inocencia.
El viernes 31 de enero, mientras que en todo el planeta se contabilizaban menos de 10 000 infectados confirmados, el Ministerio de Sanidad comunicó el primer caso positivo de COVID-19 en España, y la primera víctima mortal relacionada con el COVID-19 se registró en Valencia el 13 de febrero.
El 24 de febrero la OMS emitió un comunicado avisando del peligro del COVID19. En esa fecha Italia empezaba a cerrar fronteras, mientras tanto, en España, se empezaba a convocar, desde el gobierno y organizaciones afines, a manifestaciones masivas para el 8 de marzo.
El 25 de febrero Pablo Echenique, portavoz de Unidas Podemos en el Congreso de los Diputados, subía a Twitter esta frase: “En las portadas y en las tertulias, el coronavirus corre desbocado y es una peligrosísima pandemia que causa pavor. En el mundo real, el coronavirus está absolutamente controlado en España”.
En otro tuit de ese mismo día acusaba a los reporteros de pseudoperiodistas por levantar el miedo usando mascarilla y se reía de la derecha por la petición de cierre de fronteras: “frente al clickbait (sic) del ‘vamos a morir todos’ por una gripe menos agresiva que la de todos los años”.
No eran los únicos en dormirse en los laureles, en Panamá el primer caso aparece el 9 de marzo, mientras dos de las figuras médicas más activas y reconocidas en los medios se tomaban las cosas del virus con calma cartuja. A primeros de marzo, el cardiólogo más famoso de las redes sociales panameñas estaba en un crucero, disfrutando, por un breve espacio de tiempo, de las maravillosas aguas del pacífico norteamericano.
Tanto en España como en Panamá ha habido protestas y manifestaciones de la población contra el manejo y los malos manejos que cada Gobierno ha llevado a cabo en el tema del coronavirus. Y, mientras en ambos países se iban dejando saber casos de corrupción, negligencia y chanchullos en compras y subvenciones, las cifras de fallecidos no dejaban de subir; mientras el personal médico y sanitario se desgastaba durante turnos interminables, (que, en muchos casos aún no han cobrado), los políticos pescaban en río revuelto como aves de rapiña sobrevolando un campo de batalla.
Si nos fijamos tan solo en el mes de mayo que acaba de terminar, se sumaron en Panamá 6 931 casos nuevos, Durante los últimos nueve días del mes pasado se tuvo una tasa diaria promedio 2.1 veces mayor que la tasa diaria promedio de los primeros 22 días del mes. La curva de casos acumulados muestra una evidente tendencia ascendente de más de 400 casos por día.
El número total de fallecidos en Panamá según las autoridades mientras escribo estas líneas es de 330, y debemos ser conscientes de que se espera que el incremento diario aumente, incluso hasta duplicarse. Hagan ustedes sus cuentas.
Mientras tanto, España ha logrado el dudoso galardón de ser el país del mundo con mayor mortalidad por millón de habitantes.
Pero el 30 de mayo el Gobierno central español daba una cifra de 10 fallecidos en un lapso de cinco días. En Euskadi declaraban 5 muertes por coronavirus en el lapso del 29 al 30 de mayo y desde el Gobierno de España decían que solo había habido 2 en todo el territorio de la nación. En Panamá los casos de la CSS y los del MINSA no coinciden, y se suman en días aleatorios.
Estas contradicciones acrecientan el pánico en la población. No sabemos qué pensar, no sabemos qué hacer.
En ese caldo de cultivo se extienden los rumores y las teorías conspiranoicas nos llevan y nos traen pesadillas y temblores. Nos inoculan el síndrome de Estocolmo, y ahora nos abren las puertas. No se puede mantener a un país entero en cuarentena durante todo un año. A la calle. Pero ¿salimos?.
En todo el mundo se está viendo que, donde se aflojan las medidas de aislamiento, los casos aumentan.
El 31 de mayo Pedro Sánchez, afirmó en los medios de comunicación que los rebrotes de coronavirus que se están produciendo son fruto de la «irresponsabilidad individual de algunas personas. (…) La responsabilidad individual es fundamental”.
En Panamá ya no podemos esperar más y se abre el calabozo. Algunos piensan que se está buscando la inmunidad del rebaño, esto implica que un número suficiente de individuos están protegidos frente a una determinada infección (la cifra rondaría el 60% de los habitantes contagiados) y actúan como protectores frente a los que no están protegidos.
Pues bien, señores, nos han sacado de la mazmorra, aquí están los dragones. Encomiéndense a San Miguel. O a San Jorge.