Los suplentes son una obligación para todo candidato que aspire a un cargo público de elección popular. A la hora de buscar votos y hacer campaña, son esenciales, pero una vez se logra el triunfo y se posiciona el principal en el cargo, quedan literalmente en el limbo. Empiezan a oler feo y se convierten en un problema. ¿Cuál es la razón? Resulta que el o la suplente no tiene funciones y por más que luchó buscando los votos, no merece nada. El problema se registra entre representantes, alcaldes y diputados, pero en la Asamblea es donde más se manifiesta. Desde hace años, a los diputados suplentes se les dio un emolumento de dos mil dólares al mes, pero como se cuestionaba el pago a una persona que carece de funciones, que solo las tiene cuando el principal le da oportunidad, entonces lo que se inventó fue darle cargo en la propia Asamblea. Resulta que eso ahora tampoco es del agrado de algunos «impolutos». Entonces dejemos la hipocresía. ¿Para qué suplentes? No podemos seguir dejándoles en el limbo, así que debemos eliminar esa obligatoriedad en la elección popular. Ya basta de esta hipocresía. ¡Así de simple!
Editorial escrito por el periodista Gerardo Berroa Loo