En mis manos, un cuaderno titulado Bocetos y sueños, un afiche de un proyecto realizado con el artista Arturo Lindsay, fotografías personales, documentación de murales, bocetos, notas, rayones, ritmos, marcas, ausencias… en tan poco se contenía un mundo y, aun así, conocía muy poco del artista hasta ese día. Recientemente, me entregaron este grupo de documentos del difunto artista Virgilio Ortega Santizo (1951-2008), un mítico músico, pintor, escritor y militante que fue uno de los fundadores de la Brigada Muralista Felicia Santizo y del grupo musical experimental Trópico de Cáncer, junto a su hermano Ignacio “Cáncer” Ortega Santizo.
Los hermanos Virgilio e Ignacio “Cáncer” Ortega Santizo.
La Brigada Muralista Felicia Santizo desarrolló una práctica artística integradora durante los años setenta y ochenta, pintando murales en diferentes lugares de Panamá, con especial atención a bases militares. Las temáticas abordadas eran fuertemente antiimperialistas, mostrando afinidad hacia el pueblo palestino y la causa sandinista. Una gran parte del trabajo del colectivo se desarrolló en Nicaragua, durante la Revolución Popular Sandinista.
En la publicación The Murals of Revolutionary Nicaragua, 1979-1992 (David Kunzle, 1995), se describe que, para cuando ocurrió la invasión estadounidense, el grupo ya había pintado alrededor de sesenta murales en Panamá, los cuales desaparecieron posteriormente por causas naturales y medidas gubernamentales.
Mural Soberanía Total en la Avenida de los Mártires, (Febrero 1976)
Día a día trabajo con un archivo institucional de arte moderno/contemporáneo que, a pesar de almacenar una plétora de material de artistas locales y regionales, se limita a un marco histórico parcial. Un marco que responde a construcciones sociales, económicas y políticas que han moldeado la memoria colectiva y que, sin embargo, deja fuera en diferentes grados a prácticas como las de la Brigada, que son vitales para una comprensión integral del desarrollo artístico actual.
A pesar de mi convicción de que existe una necesidad de revisión histórica y discursiva del desarrollo del arte contemporáneo en Panamá, me pregunto qué debe pasar con estos archivos no institucionalizados.
Existen, por supuesto, problemáticas financieras, espaciales y profesionales que afectan la expansión del cuidado de este tipo de material, y que se agravan cuando la comunidad desconoce la existencia y el acceso al material ya conservado. Por otro lado, no puedo dejar de cuestionarme sobre la urgencia de expandir el área de acción en estas prácticas. Si los archivos se mantienen estáticos, si la historia es la misma, si no confrontamos a los espectros de la memoria y no guardamos duelo, ¿realmente podremos constituirnos en el presente?
Los espacios para honrar, guardar luto y cuestionar la memoria funcionan como la memoria humana: nunca son fieles a la realidad ni representan una totalidad, pero tienen la cualidad de revelar alternativas, existiendo en una dimensión que posibilita el encuentro desde lo personal con los gestos y las ausencias del pasado. Cuando las construcciones reprimidas salen a la luz, pueden ser disruptivas, invasivas y transformadoras.
¿Podemos crear espacios más incluyentes que nos permitan soñar futuros posibles? Quizás es deber de las instituciones revisar su propia historia de forma crítica, o tal vez exista la posibilidad de que surjan formatos aún no explorados en el contexto, como archivos comunitarios, cooperativos y abiertos a la comunidad que respondan a esta urgencia.
Palacio de Gobernación, Isla de Bocas (1975)
Al acercarme a estos recuerdos desconocidos a través de conversaciones con personas cercanas a estas historias, me di cuenta de que lo ausente en la institución persiste por los vínculos afectivos. Lo que fue ignorado en la memoria colectiva es, para otros, el recuerdo preciado de un ser querido; lo que ha sido destruido intencionalmente tiene la voluntad de persistir en los mecanismos más antiguos que tenemos como personas para archivar, por medio de la oralidad, los círculos de palabra y la transmisión de tradiciones, historias y sensaciones.
Hay una pequeña anotación que dejó Virgilio Ortega Santizo en su cuaderno de apuntes, quizás una de esas frases que llegan y se quedan con uno, que inconsciente o conscientemente, nos termina moldeando, y creo que es un testamento a todas las fuerzas imperialistas, colonizadoras y violentas que tanto intentan destruir en la actualidad: “Las cosas pequeñas deciden vivir” —Carlos Fuentes.
Apuntes de cuaderno titulado Bocetos y sueños de Virgilio Ortega Santizo