Morir por culpa de una bacteria.

Hace ya 11 años que casi me mata una del mar Caribe.

Algunas semana atrás en el Instagram de CNN vi un reportaje sobre la bacteria Vibrio vulnificus. Aún parece un cuento salido de un programa de Discovery Channel «Parásitos asesinos», pero me sucedió a mí.
Era septiembre de 2013 durante las vacaciones de los chicos de la escuela. Un amigo nos invitó a su encantadora casa de playa en Miguel De la Borda (costa abajo, Colón). Hago snorkeling, me metí al agua sin las botas de protección de las chapaletas. Como era de esperarse, me hicieron ampollas, la de la pierna izquierda se reventó dentro del agua, según yo, no pasó nada relevante. ¡Uff…, Craso error…! Entró a mi torrente sanguíneo la bacteria come carne Vibrio vulnificus.
Que según la Agencia Europea del Medio Ambiente y en los Estados Unidos el aumento de la temperatura global de la superficie del mar está relacionado con brotes de enfermedades humanas asociadas a la Vibrio vulnificus y como el cambio climático ha originado corrientes oceánicas cálidas que favorecen la diseminación de esta bacteria ha transformado estás en endémica del área marina por donde pasan, en este caso Miguel De la Borda.
Desde que ingreso a mi sistema empezó a destruir tejidos musculares de mi pierna, enrojecimiento en la piel (celulitis), náuseas, fiebres muy altas, vómitos, lo que antes era una ampolla insignificante, en ese punto, ya era algo espantoso que invadía mi pierna, tenía una fuerte infección sanguínea que amenazaba mi vida. Al llegar al hospital me hicieron el triage, les llamaba la atención mi alto nivel de oxígeno y lo enorme de las ampollas de mi pie y pantorrilla (la más grande era de cinco pulgadas de diámetro). Como este caso no era común, los médicos no sabían qué hacer conmigo ni cómo medicarme. ¿Era una simple celulitis o una erisipela provocada por una agua mala?

Yo era un misterio médico que en ese punto ya tenía lo que los médicos llaman un principio de Fascitis Necrosante…

Créanlo, me estaba matando esa bacteria que subía por mi pierna a una velocidad de 8 pulgadas por día camino a los ganglios de mi entrepierna. A Dios gracias al cuarto día de hospitalización llegó a ver mi caso la mujer que salvó mi vida, la Dra. Marisela Suárez, jefa de infectología, que había asistido a un congreso en Estados Unidos sobre esa bacteria (a esa fecha ya habían muerto 10 personas en Florida, E.U.A.) y me bombardeó con antibióticos que en pocas horas empezaron a hacer efecto.
Ustedes dirán, «se salvó…». Lo mismo pensé yo, estuve hospitalizada un mes, al ser dada de alta me dieron una receta para seguir con los antibióticos en casa, tanto inyectable como pastillas. El fin de semana siguiente era el quinceaños de mi sobrina y por supuesto que no falté; una tía se dio cuenta de que yo aún seguía con una leve fiebre.

La siguiente semana me fui a atender nuevamente con la Dra. Suárez. Ella, con una mirada de asombro preguntó ¿por qué había vuelto a visitarla? Le conté cómo me sentía, al chequearme me dijo que debía volver al hospital al siguiente día. Mientras pagaba la consulta me percate que más atrás me siguió la Dra. Suárez que me dijo: No vaya mañana, vaya de inmediato, dado que esa bacteria es tan agresiva podía haber invadido mis órganos vitales. Me envió a urgencias con una nota sellada, por supuesto que la abrí y luego de mis datos generales la nota decía: «Descartar endocarditis bacteriana». ¡Oh Dios, me voy a morir! Lloré desconsoladamente. No es posible; este mismo diagnóstico había matado a la pareja de una amiga. ¿Será posible que me estaba sucediendo a mí?
Al llegar a urgencias, por segunda vez volvieron a hospitalizarme, hacerme cientos de exámenes entre los cuales había un ultrasonido cardíaco. Le pregunté al técnico que, si observo algo que indicara «peligro», su respuesta me dejó igual de angustiada: «Sí, estoy acostumbrado a ver peligro en rojo; en su caso podría ser peligro en azul y no saberlo».

Conejillo de Indias en un hospital de enseñanza.

Me tomaron como caso de estudio, llevaban estudiantes médicos a visitarme, de noche y de día pasaban varios a verificar mi estado, mi temperatura, a limpiar y raspar las heridas, hacer más hemógramas y cada cual con preguntas para así entender como se comporta esta bacteria. Otras tres semanas más hospitalizada con uno de los antibióticos más fuertes que existen, la vancomicina.
Sobreviví con un bajo costo de afectación a mi cuerpo, estoy viva y es lo importante.
No debemos dudar que esos microorganismos son increíblemente poderosos, para bien o mal.
Yo tuve suerte, otra conocida no tanto, al ir a hacerse un pedicure le entró una bacteria (un tipo de estafilococos), usa muletas después de 16 años de esa pesadilla médica y aún padece de elefantiasis.
No se metan al mar Caribe entre los meses de septiembre a noviembre con una herida abierta. Recuerden que la bacteria baja a través de las cálidas corrientes marinas desde Florida a Centroamérica en estos meses. ¡Es mejor quedarse con las ganas de un chapuzón en el mar, que con la come carne en tu cuerpo!

Comparte esta Noticia