De Lincoln a Trump: La sombra persistente de los magnicidios en la política estadounidense

El reciente ataque a Donald Trump: ¿un eco del pasado?

El 13 de julio de 2024, la historia política de Estados Unidos añadió un capítulo más a su larga lista de atentados contra líderes cuando el expresidente y nuevamente candidato Donald Trump resultó herido durante un mitin en Pensilvania. Este incidente, que dejó al menos un asistente muerto y al presunto atacante abatido, no es un hecho aislado, sino el último eslabón de una cadena de violencia que se remonta a los albores de la nación. Desde el asesinato de Abraham Lincoln en 1865 hasta el reciente ataque a Trump, Estados Unidos ha sido testigo de una serie de magnicidios e intentos de asesinato que han sacudido los cimientos de su democracia y han dejado una huella indeleble en su conciencia colectiva.

Donald Trump y el último eslabón de la cadena de violencia

El ataque contra Trump ocurrió durante un acto de campaña en Pensilvania, cuando se escucharon varios disparos y el expresidente resultó herido en la oreja. La escena, descrita por el propio Trump en su red social Truth Social, evocó inmediatamente recuerdos de atentados pasados: «Es increíble que un acto así pueda ocurrir en nuestro país», manifestó, reflejando la incredulidad que ha acompañado a estos sucesos a lo largo de la historia estadounidense.

El incidente ha generado una ola de apoyo internacional, con líderes de diversas tendencias políticas condenando el ataque como un atentado contra la democracia misma. Al mismo tiempo, ha reavivado el debate sobre el derecho a portar armas en Estados Unidos, un tema que ha estado en el centro de la discusión política desde la fundación del país.

El atacante, identificado como Thomas Matthew Crooks, de apenas 20 años, murió en el lugar, dejando más preguntas que respuestas sobre sus motivaciones. Este hecho subraya una triste realidad: la juventud del agresor no es una anomalía en la historia de los atentados políticos en Estados Unidos.

Los presidentes asesinados: cuatro líderes caídos que cambiaron la historia

A lo largo de su historia, Estados Unidos ha perdido a cuatro de sus presidentes por asesinato, cada uno de estos magnicidios marcando un antes y un después en la historia del país:

Abraham Lincoln (1865): El 14 de abril de 1865, el presidente Lincoln asistía a una representación en el Teatro Ford de Washington D.C. cuando John Wilkes Booth, un conocido actor y simpatizante confederado de 26 años, le disparó en la cabeza. Lincoln falleció al día siguiente, conmocionando a una nación que apenas comenzaba a sanar las heridas de la Guerra Civil.

Lo que pocos saben es que el asesinato de Lincoln fue parte de una conspiración más amplia. El plan original incluía también el asesinato del vicepresidente Andrew Johnson, del Secretario de Estado William Seward y del general Ulysses Grant. El objetivo era crear un vacío de poder que pudiera reavivar la causa confederada. Sin embargo, solo Lincoln resultó víctima fatal de este complot.

James Garfield (1881): El 2 de julio de 1881, el presidente Garfield fue tiroteado en la estación Baltimore and Potomac de Washington D.C. por Charles J. Guiteau, un abogado con aparentes problemas mentales. Garfield no murió inmediatamente; de hecho, sobrevivió durante meses, falleciendo finalmente el 19 de septiembre debido a infecciones resultantes de los intentos de extraer la bala.

William McKinley (1901): El 6 de septiembre de 1901, mientras saludaba al público en una exposición en Buffalo, Nueva York, McKinley fue abatido por dos disparos del anarquista Leon Czolgosz. Al igual que Garfield, McKinley no murió inmediatamente. Inicialmente, pareció recuperarse de la cirugía, pero una semana después desarrolló gangrena en sus heridas, lo que causó su fallecimiento.

John F. Kennedy (1963): Quizás en el caso más conocido y controversial, Kennedy fue asesinado el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas. Mientras viajaba en un automóvil descapotable con su esposa Jackie, Kennedy recibió disparos del francotirador Lee Harvey Oswald. La imagen de Jackie Kennedy tratando de salir del automóvil después de los disparos se ha convertido en un ícono de la tragedia americana.

El asesinato de JFK sigue siendo objeto de intenso debate y numerosas teorías conspirativas. Muchos estadounidenses creen que la muerte de Kennedy marcó el inicio de un período más violento en la política y sociedad estadounidenses, coincidiendo con la escalada de la guerra de Vietnam y la intensificación de la lucha por los derechos civiles.

Balas esquivadas: los presidentes que sobrevivieron a intentos de asesinato

No todos los atentados contra presidentes estadounidenses han tenido un desenlace fatal. Varios mandatarios han sobrevivido a intentos de asesinato, algunos de ellos de manera casi milagrosa:

Andrew Jackson: En la época anterior a la Guerra Civil, el presidente Andrew Jackson fue objeto de un intento de asesinato mientras asistía a un funeral en el Capitolio. El atacante disparó dos veces, pero en ambas ocasiones el arma falló, permitiendo que Jackson saliera ileso.

Theodore Roosevelt (1912): Durante su campaña para volver a la presidencia en 1912, Roosevelt fue disparado en Milwaukee justo antes de dar un discurso. En un giro casi novelesco, una copia doblada de su discurso de 50 páginas y su estuche de gafas de acero, que llevaba en el bolsillo del pecho, frenaron la bala. Mostrando una resistencia extraordinaria, Roosevelt insistió en dar su discurso de 90 minutos antes de ser llevado al hospital, declarando a la audiencia: «Se necesita más que eso para matar a un Bull Moose»*.

Franklin D. Roosevelt (1933): Siendo presidente electo, Roosevelt fue objeto de un atentado en Miami en 1933. Aunque el atacante, Giuseppe Zangara, falló en su intento de asesinar a FDR, logró matar al alcalde de Chicago, Anton Cermak, quien estaba cerca del presidente electo.

Harry Truman (1950): El presidente Truman sobrevivió a un intento de asesinato frente a la Blair House (su residencia temporal mientras la Casa Blanca estaba en renovaciones) por parte de nacionalistas puertorriqueños.

Gerald Ford (1975): Ford tiene la dudosa distinción de haber sobrevivido a dos intentos de asesinato en el espacio de apenas 17 días, ambos en California. El 5 de septiembre, Lynette «Squeaky» Fromme, seguidora de Charles Manson, intentó dispararle en Sacramento, pero su arma no llegó a disparar. El 22 de septiembre, Sara Jane Moore logró disparar contra Ford en San Francisco, pero falló gracias a la intervención de un transeúnte que desvió su brazo.

Ronald Reagan (1981): El 30 de marzo de 1981, apenas 69 días después de asumir la presidencia, Reagan fue herido en un atentado frente al Hotel Washington Hilton. El atacante, John Hinckley Jr., disparó seis veces, hiriendo a Reagan y a tres personas más, incluyendo al secretario de prensa James Brady. Reagan, mostrando su característico sentido del humor, dijo a los médicos antes de entrar a cirugía: «Espero que todos sean republicanos».

Candidatos en la mira: cuando la ambición presidencial se vuelve un riesgo mortal

Los aspirantes a la presidencia tampoco han estado exentos de la violencia política:

Robert F. Kennedy (1968): Cinco años después del asesinato de su hermano JFK, Robert Kennedy, entonces senador y candidato presidencial, fue asesinado el 5 de junio de 1968 en Los Ángeles. El ataque ocurrió justo después de que Kennedy pronunciara un discurso celebrando su victoria en las primarias de California. El asesino, Sirhan Sirhan, disparó a Kennedy a quemarropa con un revólver. La muerte de RFK, ocurrida apenas dos meses después del asesinato de Martin Luther King Jr., exacerbó la agitación política y social de finales de la década de 1960 en Estados Unidos.

George Wallace (1972): El 15 de mayo de 1972, el gobernador de Alabama y candidato presidencial George Wallace fue víctima de un intento de asesinato durante un acto de campaña en Laurel, Maryland. Arthur Bremer, un hombre con aparentes problemas mentales y una obsesión por la notoriedad, disparó contra Wallace, dejándolo paralítico de cintura para abajo. Este ataque puso de relieve las tensiones políticas de la época, particularmente en torno a las políticas segregacionistas que Wallace había defendido anteriormente.

El impacto duradero: cómo la violencia política ha moldeado a Estados Unidos

Los atentados contra líderes políticos han tenido profundas repercusiones en la sociedad y la política estadounidense:

Cambios en la seguridad: Cada atentado ha llevado a un aumento en las medidas de seguridad para los líderes políticos. El Servicio Secreto, encargado de proteger al presidente y otros altos funcionarios, ha evolucionado constantemente sus tácticas y tecnologías en respuesta a estas amenazas.

Impacto en las elecciones: Los ataques a menudo han tenido un efecto significativo en las campañas electorales y los resultados de las elecciones. Por ejemplo, el atentado contra Reagan en 1981 aumentó su popularidad, mientras que el asesinato de RFK en 1968 alteró drásticamente el panorama de las elecciones presidenciales de ese año.

Debates sobre el control de armas: Cada incidente ha reavivado el debate sobre el control de armas en Estados Unidos. La facilidad con la que los atacantes han obtenido armas ha sido un punto de discusión recurrente, enfrentando el derecho constitucional a portar armas con la necesidad de seguridad pública.

Salud mental y radicalización: Muchos de los atacantes han tenido historiales de problemas de salud mental o de radicalización ideológica, lo que ha llevado a debates sobre cómo abordar estos problemas a nivel social y político.

Cambios legislativos: Varios ataques han resultado en cambios en la legislación. Por ejemplo, después del atentado contra Reagan, se aprobó la Ley Brady de control de armas, nombrada así por James Brady, el secretario de prensa gravemente herido en el ataque.

La historia de los magnicidios e intentos de asesinato contra líderes políticos en Estados Unidos es un reflejo de las tensiones y divisiones que han marcado el desarrollo de la nación. Desde el teatro donde Lincoln fue asesinado hasta el reciente ataque a Trump en un mitin de Pensilvania, estos eventos han sacudido repetidamente la conciencia nacional y han planteado preguntas fundamentales sobre la democracia, la seguridad y la naturaleza del liderazgo político en un país donde el derecho a portar armas está consagrado en la Constitución.

Mientras la nación se prepara para las elecciones de 2024, este último ataque sirve como un sombrío recordatorio de que la violencia política sigue siendo una amenaza real en una de las democracias más antiguas del mundo. La persistencia de estos actos de violencia a lo largo de más de 150 años de historia estadounidense plantea preguntas inquietantes sobre la salud de la democracia del país y los desafíos que enfrenta para proteger a sus líderes sin comprometer los valores fundamentales de libertad y apertura que han definido a la nación desde su fundación.

En última instancia, cada uno de estos ataques, exitosos o no, ha dejado una marca indeleble en el tejido social y político de Estados Unidos. Han moldeado la forma en que los estadounidenses ven a sus líderes, han influido en cómo se desarrolla la política y han contribuido a definir la identidad nacional del país. A medida que Estados Unidos avanza hacia su próximo capítulo político, la sombra de estos eventos pasados sigue proyectándose sobre el presente, recordando a todos la fragilidad de la democracia y la necesidad constante de vigilancia y reflexión.

*»Bull Moose» era el apodo del Partido Progresista, al que Roosevelt pertenecía en ese momento, ya que el alce (bull moose) era su símbolo.

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