El reciente intento de golpe de Estado en Bolivia nos recuerda la fragilidad de la democracia y la necesidad imperante de una respuesta internacional unificada contra tales amenazas. Cuando el ex comandante general del Ejército, Juan José Zuñiga, lideró una ocupación militar de la Plaza Murillo en La Paz, intentando derrocar al gobierno legítimo del presidente Luis Arce, la comunidad internacional respondió con una condena unánime y contundente.
Este incidente subraya la importancia crucial de la solidaridad global en la defensa de los principios democráticos. Desde la OEA hasta la Unión Europea, pasando por líderes de América Latina y más allá, la respuesta fue clara: no se tolerará ningún quebrantamiento del orden constitucional.
La rapidez y unanimidad de estas reacciones demuestran que la comunidad internacional reconoce que la estabilidad democrática de una nación afecta a toda la región y al mundo. En una era donde los desafíos a la democracia son cada vez más sofisticados, es fundamental que los países democráticos cierren filas, ofreciendo no solo condenas verbales, sino también apoyo concreto a los gobiernos legítimos bajo amenaza.
La defensa de la democracia requiere vigilancia constante y acción decidida. Cada intento de subvertir el orden constitucional debe ser enfrentado con una respuesta firme y unida. Solo a través de esta solidaridad internacional podemos esperar preservar y fortalecer los sistemas democráticos frente a las amenazas autoritarias.
El caso de Bolivia es una campanada de advertencia que la democracia no es un logro permanente, sino un ideal que debe ser constantemente protegido y nutrido por ciudadanos y naciones por igual.