Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), anualmente se generan, alrededor del mundo, 2 mil millones de toneladas de residuos sólidos municipales, de los cuales el 50 por ciento podría reciclarse o someterse a un proceso de compostaje. La gestión deficiente de esta descomunal cantidad de basura es responsable del 10 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, y la contaminación que se deriva de su mal manejo causa la muerte de millones de personas cada año.
Disponer eficientemente de estos desechos es un proceso integral que abarca la recogida, el tratamiento y la disposición final de los mismos, tarea que si es mal realizada se traduce en contaminación del agua, del aire y del suelo entre otros daños para el medio ambiente; además, que la acumulación de residuos son el foco perfecto para la generación de enfermedades y la proliferación de roedores.
En Panamá el manejo de la basura siempre ha sido una tarea mal ejecutada. Según un informe del Ministerio de Ambiente, en el año 2020 se generaron alrededor de 2.5 millones de toneladas en todo el país: el 50 por ciento de la misma, en la ciudad capital. Y a pesar de las estimaciones de crecimiento urbano, brillan por su ausencia las estrategias y los planes concretos para afrontar el problema. Esta ausencia de capacidad frente al problema se manifiesta brutalmente en el distrito de San Miguelito, donde la población desde hace demasiado tiempo ha sido condenada a convivir entre montañas de basura y el consiguiente desfile de roedores, alimañas y el hedor que domina el ambiente. Nunca fue más evidente el fracaso de un alcalde cuyo único talento parece concentrarse en la demagogia más descarnada, las excusas interminables y la obsesión de mostrar ante las cámaras su sorprendente experticia con la güira.