La situación resulta insostenible. Durante décadas los ciudadanos se han hecho de la vista gorda indiferentes a la amenaza que significa para la seguridad, la prosperidad y para el sistema democrático tanto local como mundial. La cleptocracia, que significa “gobierno de ladrones”, socava peligrosamente la democracia porque permite que un grupo de líderes y funcionarios corruptos se apoderen de las riquezas del Estado, lo que erosiona la confianza pública en el gobierno provocando inestabilidad y un creciente descontento que bien pueden terminar en incontenibles explosiones sociales. Por otra parte, los cleptócratas desvían y se apoderan de los recursos nacionales en beneficio de una reducida élite en desmedro de las condiciones de vida de las mayorías populares.
En un informe publicado en el 2019, el Banco Mundial estimó que entre el año 2000 y el 2017, la corrupción privó de 2.6 billones de dólares a los países en desarrollo. Latinoamérica, según revela la institución, pierde anualmente entre 150 mil millones y 200 mil millones de dólares por causa de la cleptocracia. Esto representa el 10 por ciento del Producto Interno Bruto de la región.
Panamá no es ajena al perverso fenómeno. Según un informe dado a conocer en el 2022 por la OCCRP (Organized Crime and Corruption Reporting Project), la cleptocracia criolla le ha costado al país unos 28 mil millones de dólares desde 1990. ¿Cuántos hospitales oncológicos, cuántas escuelas, cuántos hospitales con equipamiento y atención de primer mundo pudieron construirse con esa fortuna atracada? La indiferencia, a estas alturas, raya en complicidad. Urge a cada ciudadano tomar consciencia que cuando un funcionario atraca las arcas del Estado, está metiendo la mano en su bolsillo y privándole de mejores infraestructuras públicas, de servicios de salud de calidad y de una educación de óptimo nivel tanto para él como para sus hijos y sus futuros nietos. Cada gobernante que atraca al erario atenta contra el desarrollo y la prosperidad general y no sólo se roba el dinero de todos: se roba el futuro de la nación.