Los primeros trámites se realizan a nivel interno, de tal manera que corresponde al Gobierno y al Parlamento de un determinado país formalizar la petición, paso previo al envío de una ‘carta de intención’ a la OTAN. Es entonces cuando verdaderamente arranca el proceso formal de integración en la Alianza Atlántica.
La OTAN convoca a continuación a su órgano ejecutivo, el Consejo del Atlántico, para estudiar la petición y dar luz verde a la apertura de las negociaciones de entrada. Este visto bueno puede retrasarse si alguno de los Estados miembro muestra algún tipo de recelo, como ocurrió recientemente en el caso de Suecia y Finlandia por las suspicacias de Turquía.
Las negociaciones posteriores irían encaminadas a que el país solicitante, en este caso Ucrania, se alinease con los estándares de la OTAN. Zelenski ha reivindicado en su discurso que Ucrania ya colabora «de facto» con la Alianza y que ahora sólo queda dar el paso para que sea «de iure», pero es cierto que su grado de implicación es menor de lo que era el de Suecia y Finlandia, que participaban incluso en operaciones del bloque pese a no formar parte de él.
El siguiente paso consiste en la firma del protocolo de acceso, que rubrican los aliados en Bruselas para enviarlo posteriormente a las distintas capitales. Esta tradicionalmente es la fase más larga y, de hecho, en el caso de Suecia y Finlandia sigue sin estar concluida.
Cada uno de los Estados miembro –30 en la actualidad, sin contar a los dos países nórdicos– deben dar el visto bueno, lo que suele prolongarse durante meses en el mejor de los casos. En el caso de Macedonia del Norte, el último país en incorporarse a la OTAN, la ratificación definitiva del protocolo se demoró unos nueve meses.