Para el año 2021, 828 millones de personas padecían de hambre alrededor del mundo: esa cifra equivale al 9.8 por ciento de la población mundial. Además, según revela el informe “Tras la crisis, la catástrofe”, 860 millones de seres humanos sobreviven con menos de 1.9 dólares diarios. Y 2 mil millones -una de cada cuatro personas, según revela otro estudio- carece de suministro de agua. Con este terrible escenario de fondo, en el área de América Latina y el Caribe 56.5 millones de personas padecieron hambre en el 2021. Ante tan descomunales cifras, es evidente que “el desafío de la humanidad para el siglo XXI consiste en erradicar la pobreza y alcanzar prosperidad para todo el mundo con los limitados recursos naturales del planeta”, tal como plantea Kate Raworth en su estudio “Un espacio seguro y justo para la humanidad”.
Pantallazo original.
Kate Raworth nació en Londres, en 1970, y junto a las peripecias propias de una adolescencia enmarcada en los años 80, recuerda haber crecido con la atención puesta en las hambrunas de Etiopía y sobresaltada por el terror que le inspiraban desde entonces los gases de efecto invernadero y el amenazante agujero en la capa de ozono.
Superada esa etapa juvenil y llegado el momento, decidió encarrilar su vida por los caminos de la economía, a la espera de encontrar en esa actividad las herramientas que le ayudaran a cambiar el mundo para ahorrarle sobresaltos y temores a los adolescentes de las siguientes generaciones que, igual que ella, crecieran pendientes del mundo a su alrededor.
Luego de pasar algunos años en varias aldeas de Zanzíbar ayudando a mujeres emprendedoras, formó parte de las Naciones Unidas durante cuatro años donde colaboró con la creación del “Informe sobre desarrollo humano”. Después, pasó los siguientes diez años trabajando para Oxfam Internacional estudiando las implicaciones entre los derechos humanos y el cambio climático.
Es una tenaz creyente de que el desarrollo sostenible significa asegurarle a todas las personas los recursos que necesitan- agua, alimentos, atención sanitaria y energía- para que se hagan efectivos sus derechos humanos; y que, además, es necesario garantizar que el consumo de los recursos naturales llevado a cabo por los humanos, no ocasione desequilibrios en los procesos vitales del sistema terrestre. De sus esfuerzos por armonizar estos dos conceptos- erradicación de la pobreza y sustentabilidad- surgió su libro “La economía de la rosquilla” (o de la dona, como señalan algunos).
El punto de encuentro entre Kate Raworth y Homero Simpson.
Aunque intentemos cerrar los ojos y por más que los líderes políticos y financieros lo nieguen, lo cierto es que los recursos del mundo son finitos y no se reproducen a las mismas tasas de crecimiento que lo hace el comercio, la industria y la portentosa actividad de consumo de bienes y servicios. Los datos derivados de una gran cantidad de informes y estudios globales establecen que el capitalismo, tal como se desarrolla en la actualidad, no es sostenible: el planeta evidencia un descomunal agotamiento ambiental y ecológico.
Si abriga dudas al respecto sólo piense en lo siguiente: a una tasa de crecimiento del cinco por ciento anual, considerada “adecuada” por los especialistas, para el año 2050 la economía será cinco veces más grande que en el presente; y para el año 2100, el tamaño será de 50 veces lo que es hoy. ¡No existe planeta que soporte el nivel de degradación y consumo que se desprenderá de tal crecimiento! Sobre todo, porque en la actualidad, la humanidad ya consume recursos como si contara con dos planetas Tierra.
Con la vista fija en estos dilemas, en el libro propone un nuevo paradigma de desarrollo basado en la metáfora de la “dona”, con el que se apunta a cambiar el crecimiento perpetuo (registrado por el Producto Interno Bruto o PIB) a un modelo económico que equilibre las necesidades humanas y los límites planetarios de la Tierra.
El paradigma de la rosquilla, o “dona”, consiste en dos círculos concéntricos donde el interno- llamado la base social- corresponde a los requisitos básicos para un auténtico bienestar humano: comida, educación, salud, agua potable, vivienda, ingresos y trabajo, equidad social, participación política, justicia y paz, igualdad de género, energía, y redes y conectividad. El anillo exterior, llamado “techo ecológico”, dibuja los límites medioambientales: el cambio climático, reducción de la capa de ozono, pérdida de la biodiversidad, acidificación de los océanos, extracción de agua dulce, contaminación química y otros peligros que ponen en riesgo la sustentabilidad del planeta. La ubicación entre los dos anillos- la dona o rosquilla- es el espacio ecológicamente seguro y socialmente justo, donde la humanidad puede prosperar y desarrollarse sin poner en riesgo su supervivencia.
Las doce dimensiones de la “base social” fueron concebidas en total coincidencia con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, aprobados y acordados en el año 2000 por los países que integran las Naciones Unidas. Con respecto a este anillo, la tarea consiste en evitar cualquier déficit que prive a las personas de satisfacer las necesidades básicas para una existencia plena.
En cuanto al “techo ecológico”, consta de nueve límites planetarios propuesto en 2009 por un equipo de científicos encabezado por Johan Rockström y Will Steffen. Preocupados por la brutal explotación de los recursos a nivel global, buscaron definir un espacio donde el accionar de la humanidad resultara seguro para el desarrollo sostenido a través del tiempo. Conocidos como “fronteras planetarias”, sobrepasar estos umbrales empujaría al planeta a una posición riesgosa y potencialmente destructiva. La mala noticia es que ya cuatro de las nueve fronteras fueron sobrepasadas y las restantes están muy cerca de sufrir el mismo destino si no se toman acciones al respecto.
Contra reloj.
Las inquietudes con las que creció Kate Raworth en la década de los ochentas continúan vigentes; incluso, los problemas que las alimentaban han empeorado. Sin embargo, no cede al pesimismo. Insiste en la urgencia de proponer nuevas formas de pensar los problemas y eso incluye a la economía y sus procesos. Cree, a pie juntillas, en una economía que regenere el planeta y que distribuya mejor la riqueza.
A pesar de todos los hechos y los datos en contra, su optimismo permanece invicto. Cuando en una entrevista le preguntaron si aún estamos a tiempo de frenar el deterioro, su respuesta fue que “ya vamos tarde, así que no seas optimista si eso hace que te relajes. Y no seas pesimista si eso hace que te rindas. Sé un activista. Piensa qué puedes hacer tú en la posición en la que te encuentras en tu vida”.