“En la unidad de nuestras naciones descansa el glorioso futuro de nuestros pueblos”, repetía incansablemente Simón Bolívar, y en esa frase resumía el concepto central de su vida pública y sus campañas militares: la unión territorial de América Latina en una sola nación para asegurar su óptimo desarrollo y su independencia definitiva de los poderes coloniales establecidos en aquella época. Fiel a ese sueño logró liberar un millón de kilómetros cuadrados en un período de 11 años. Para 1819, su sueño estaba parcialmente materializado bajo el nombre de La Gran Colombia, una coalición de territorios de Colombia, Panamá, Venezuela, Ecuador, Guayana y algunas zonas de Nicaragua, Perú y Brasil. Al morir el Libertador, su sueño cayó en saco roto y en el más imperdonable de los olvidos: la unidad del continente pasó a ser un recurso más de maquillaje y manipulación en la política de baja estofa que se apoderó de América Latina desde entonces.
Recientemente, sin embargo, el eco del más universal de los venezolanos ha resonado en el llamado a la “unidad latinoamericana” hecho por el presidente chileno, Gabriel Boric, en su visita de Estado a la nación argentina. “Latinoamérica tiene que recuperar una voz unida, una voz de cooperación, que sea conjunta en el escenario global”, señaló oportunamente el joven mandatario.
Pero, resultaría absurdo pretender alcanzar el extremo superior de la escalera sin pasar por los peldaños inferiores. La unidad latinoamericana no será posible con pueblos fragmentados en lo interno; porque si un país es incapaz de empinarse por encima de las diferencias que reinan dentro de sus fronteras, si es incapaz de unirse en los puntos de coincidencia que le permitan llevar a cabo un proyecto común de desarrollo nacional, mal podría esperarse que sea capaz de acometer empresas mayores. Y la unidad continental es una empresa no sólo de gran envergadura, sino obligatoria para sobrevivir en el competitivo escenario global donde las posibilidades de éxito juegan a favor de los grandes bloques regionales.
Cada país del área necesita sacudirse los vicios vigentes del folclorismo criollo, desarrollar una nueva mentalidad sostenida por la educación, la ética ciudadana y el imperio de la ley que, además, acompañada por una estratégica visión nacional, permita ponerse en camino para alcanzar niveles de desarrollo superiores a los actuales. Sólo entonces se contará con la capacidad y la experiencia para acometer definitivamente el sueño bolivariano. No hay ninguna otra opción para integrarse exitosamente al nuevo escenario global. Bolívar lo vislumbró hace dos siglos, Europa y Asia también… ¿Cuándo se percatará, finalmente, América Latina?