Las garzas y el humor de Chris Rock

Jada Pinkett Smith es la musa detrás del bofetón más sonoro de los últimos tiempos. Los ecos del gaznatón dieron la vuelta al mundo y resuenan en los juicios y opiniones de las más diversas conversaciones que siguen tejiéndose alrededor de una mesa en los cuatro puntos cardinales del globo. La señora Smith, esposa del laureado actor Will Smith, ya había declarado- muchísimo tiempo antes del incidente- que padece de alopecia, una enfermedad que se caracteriza por la pérdida del cabello y que, aunque se manifiesta mayoritariamente en los hombres, la androgenética, que es el tipo más común, afecta al 35 por ciento de las mujeres en edad fértil y al 50 por ciento de aquellas que alcanzaron el rango menopáusico.

Esa noche, que se esperaba fuera de luces y consagraciones del talento, lamentablemente se definió en torno no sólo de la pérdida de cabello, sino también por la pérdida de los estribos y de las difusas fronteras que separan el humor del irrespeto. La única que sale bien librada es la célebre actriz, productora y cantante: nada se le puede reclamar por padecer lo que no depende de su voluntad.

¿Quedan lecciones que aprender de esa resonante noche? ¡Por supuesto! Dependiendo de los intereses de quienes desgranen los hechos. El más destacado, tal vez, sobre los límites del humor: que ha de tenerlos como cualquier construcción humana con la cual se busca interactuar en sociedad. En una ocasión en que un aspirante a caricaturista le presentara un boceto en el que se mofaba de la tartamudez de un político de entonces, el inolvidable maestro del periodismo y la caricatura, Wilfi Jiménez, rechazó el bodrio contundentemente e instó al novel monicaquero a que lo intentara nuevamente sin olvidar que las personas no son responsables de sus defectos físicos: sólo lo son de sus actos y de las lacras morales que acompañan a los mismos.

El mundo ha evolucionado alarmantemente a un escenario donde la tecnología y el respeto son inversamente proporcionales; es decir, entre más tecnología, menos respeto. En este mundo desesperanzador, brillan esos milagros tecnológicos llamados redes sociales donde la intolerancia y la falta de respeto son la norma y no la excepción. Y abunda allí, penosamente, el humor que desconoce sus límites y, que encima, ha degenerado en la vulgaridad y la chabacanería más grotesca. Han instalado su reino ahí, luego de saltar desde otros medios, aquellos para los que las palabras altisonantes y la ramplonería son los únicos recursos para llegar a la risa.

Empatía y respeto son las claves del incómodo episodio de la bofetada. Chris Rock se equivocó, y es comprensible: no contó con la buena fortuna de conocer al maestro Jiménez.

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