La educación es un elemento primordial en el avance y el desarrollo de las personas y las sociedades; su poder transformador abarca todas las dimensiones de la vida humanas porque, gracias a ella, se pueden mejorar los niveles de bienestar social y personal, propiciar el crecimiento económico y, por ende, la movilidad social. Una educación de excelencia mejora las posibilidades de acceso a mejores empleos y ayuda a reducir las brechas sociales y financieras. La educación también fortalece los valores cívicos y los paradigmas con los cuales se estructuran las relaciones comunitarias sanas. La educación, en fin, no sólo provee de conocimientos, sino que enriquece la cultura, los valores, la mente y el espíritu: todo aquello que nos caracteriza como seres humanos.
En el escenario global las economías más pujantes se mueven no en torno a materias primas o recursos naturales como ocurría en el pasado, sino alrededor del saber desarrollado y acumulado, hasta el punto que desde hace algún tiempo se habla contundentemente de la “economía del conocimiento”. Prueba irrefutable de esta aseveración es que aquellos países que ocupan los primeros puestos en el Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (PISA), lucen también mejores índices de competitividad y tienen las mejores cifras de PIB per cápita.
En nuestra nación, lamentablemente, la educación anda de capa caída desde hace muchísimo tiempo. Como resulta ya parte de la tradición local, los informes estadísticos del Ministerio de Educación (Meduca) señalan que alrededor de 30 mil estudiantes serán parte del proceso de recuperación académica. A partir del 3 de enero hasta el 18 de febrero – un mes y medio- en unos cien centros educativos del país, esos estudiantes aprenderán todo aquello que no pudieron a lo largo del año lectivo. Un portento de nuestro sistema educativo que no es más que un disimulado “parcheo” para maquillar las estadísticas finales, para no afectar la movilidad entre grados y evitar el congestionamiento entre grados que ocasionaría repetir todo el año educativo.
Sin conocimiento estricto de las causas por las que reprueba el estudiante no se pueden establecer medidas eficaces para corregir tal situación. ¿Fracasa el estudiante o el educador a la hora de llevar a cabo su trabajo? ¿Se utiliza un método de transmisión de conocimientos que toma en cuenta la capacidad del educando? ¿Se hace lo suficiente para despertar el interés de aprender o se continúa con el método del profesor habla, el salón escucha? Son solo unas pocas interrogantes de las muchas que necesitan ser despejadas en la búsqueda de soluciones efectivas para el problema.
Se atribuye a Einstein aquello de “un problema bien planteado es un problema medio resuelto”. Tal vez sea hora de que nuestro sistema educativo preste oídos a la frase: puede ocurrir que un buen planteamiento ayude a comprender a profundidad el problema y, entonces -sólo entonces- las soluciones aparezcan claramente ante nuestros ojos.