Mientras una cuarta ola de contagios azotaba a Europa, la irrupción de una nueva variante del coronavirus, con potenciales mayores riesgos de transmisibilidad y reinfección, disparó las alarmas y volvió a generar pánico en el mundo. El pasado 9 de noviembre fue reportado el primer caso en Sudáfrica: la doctora Angelique Coetzee, presidenta de la Asociación Médica del país, alertó a las autoridades sanitarias de la posible existencia de una nueva variante, ómicron, lo cual confirmaron los análisis de laboratorio posteriores. Inmediatamente la Organización Mundial de la Salud (OMS) la declaró variante de preocupación, a pesar de los señalamientos hechos por Coetzee sobre síntomas leves mostrados por los afectados. El Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC) coincidió con la OMS.
La variante ómicron presenta cerca de 55 mutaciones respecto al virus original de Wuhan, 32 de las cuales se ubican en la proteína spike (S) o espícula, que juega un papel fundamental en la infección de las células y en la respuesta inmunitaria. Muchas de esas mutaciones se han visto previamente en otras variantes de preocupación: desde las alfa, beta y gamma hasta la delta. Y, aunque las interacciones de las mutaciones (epistasias, en lenguaje técnico) pueden ser positivas (aumentar el efecto de cada una) como negativas (disminuir el efecto), las reacciones no se han hecho esperar: el Reino Unido y la Unión Europea cerraron el ingreso de personas desde Sudáfrica, Zimbabue, Namibia, Suazilandia y Lesoto. Estados Unidos, por su parte, extendió la medida a Malaui y Mozambique. Canadá, Australia, Japón, Brasil y Hong Kong prohibieron el ingreso desde varios países del sur de África; Israel cerró sus fronteras a todos los vuelos provenientes del extranjero. A pesar de la falta de estudios y confirmaciones científicas, las alertas y restricciones se han disparado debido al vertiginoso aumento de los casos en Sudáfrica provocado por esta variante.
Y a pesar que, hasta el momento, se han detectado cerca de 148 casos de Ómicron en 15 países; 77 de ellos en Sudáfrica; algunos expertos señalan que no resulta razonable pasar de vigilancia a alerta y, menos aún, a señalamientos alarmantes, sin contar con los resultados de laboratorios y los datos epidemiológicos y de vigilancia genómica que demuestren contundentemente una mayor transmisibilidad o mayores capacidades para eludir la respuesta inmunitaria del organismo y de las vacunas.
Iñaki Comas, codirector del consorcio SeqCovid-Spain, investigador del Instituto de Biomedicina de Valencia (IBV), advierte que, si bien esta nueva cepa debe vigilarse a causa de las mutaciones que posee y que ya se han visto en otras variantes de preocupación, “sin caer en alarmismos, hay que seguirla y ver si estamos en un escenario como el de delta de hace unos meses o si es falsa alarma”. En todo caso, agrega el experto, la vacuna no es la única solución para evitar que surjan nuevas variantes y controlar los contagios; se debe continuar con el uso de las mascarillas, el distanciamiento de seguridad y la ventilación. “Esa lección nos vale para cualquier variante pasada, presente y futura”, concluye el científico español.