Nuestro escenario político es insostenible. El país no puede continuar sumido en las arenas movedizas de lo que ha sido la práctica política hasta el momento: un festival de reclamos egoístas, una verbena de insultos, una insustancial y cruda demagogia, y el más obsceno mercadeo político en el cual continúan como moneda de uso las promesas que nunca llegan a concretarse y el intercambio de favores particulares a cambio del voto o, en su defecto, de las más diversas formas de apoyo.
Llegue quien llegue al Palacio, la situación no presenta cambios significativos que impliquen algún tipo de perfeccionamiento nacional o de mejoras en el bienestar nacional. Contrariamente, la institucionalidad se hace cada vez más frágil; el orden legal se tambalea bajo el desmesurado peso alcanzado por la corrupción y el juega vivo; la educación – llamada a construir un futuro más inclusivo y prometedor- naufraga con el acento puesto en intereses sectorizados a contravía de las conveniencias de los estudiantes y dando la espalda a los requerimientos que la transformación tecnológica y la evolución global dictan. Y de la salud, mejor ni hablar: la presente pandemia sacudió los despojos de un sector cuyas carencias y deficiente servicio, año tras año, toman mayor consistencia.
Ante esta situación, adquieren actualidad y fuerza aquellas palabras surgidas al calor de una de tantas campañas electoreras que se han dado aquí: este país necesita un revolcón. Traducido como una poderosa y profunda remecida que limpie las ramas de todo fruto podrido. Un revolcón cuyas ondas renovadoras invadan los más profundos resquicios nacionales, echando por tierra las prácticas dudosas que atentan contra una saludable convivencia social y contra el desarrollo anhelado largamente.
Procura ser el cambio que quieres ver en el mundo, expresó alguna vez Ghandi. Y esa es la parte difícil, porque generalmente siempre son los demás lo que están mal y deben obligarse a cambiar. Pero, si queremos de veras darle la vuelta al desastre que hoy carcome al país, es necesario que cada uno de nosotros haga honor a las palabras del Mahatma: tenemos que convertirnos en el ciudadano que este país reclama para desplegar todo su potencial. Cuando esos cambios positivos se concreten en una cantidad suficiente, entonces la transformación se llevará a cabo sin los traumas sociales con que se han dado en otras latitudes. La suma creciente de esa acción particular provocará como resultado el bienestar general: la prosperidad de todos.