En la madrugada del 20 de septiembre de 1870, las fuerzas garibaldinas y otros grupos libertarios encabezados por el general piamontés Raffaele Cadorna, derriban una de las puertas de las murallas aurelianas que protegían la ciudad de Roma y derrocan al Estado Pontificio. El incidente, que en las crónicas históricas pasó a llamarse la “Brecha de la Porta Pía”, aceleró la caída del poder político del papado y de los regímenes basados en el “derecho divino” y simbolizó para muchos el comienzo del fin del dominio del oscurantismo y del dogmatismo. Significó, definitivamente, el triunfo de la razón, de la libertad de pensamiento y de conciencia.
Este hecho motivó que el 20 de septiembre fuera seleccionado para conmemorar el Día Mundial de la Libertad de Expresión del Pensamiento.
Este principio libertario quedó fijado en la Declaración de Derechos Humanos de 1948, en la cual la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció, en su artículo 19, que “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir información y opiniones, y de difundirlas sin limitaciones de fronteras por cualquier medio de expresión”.
Por todo ello, la libertad consagrada en la declaración de la ONU y en la conmemoración del 20 de septiembre, constituye la columna vertebral de la sociedad moderna y es el motor fundamental para el avance de otras como la libertad de prensa, cuya importancia, también, resulta innegable en la construcción de una sana convivencia social y política.
En un escenario global ensombrecido por la pandemia del nuevo coronavirus, donde no han faltado las acometidas autoritarias de la política arribista, la ciudadanía no puede ceder un ápice de sus derechos y libertades bajo ningún pretexto. Sucumbir a esas acometidas sería traicionar el largo legado de libertad iniciado en aquella madrugada del 20 de septiembre de 1870 tras la caída de la Porta Pía.