La ruta del caracol

El tapón del Darién guarda sepultados en su selva indomable a conquistadores españoles, exploradores escoceses, migrantes de todas partes que pensaron cruzarlo unos, explorarlo otros y establecerse muy pocos. La selva no hace distinción, solo le basta saber que te has perdido. La Unesco declaró en 1981 Patrimonio Ambiental de la Humanidad a la selva del Darién. Ilustración: Anklo

¿De dónde viene tanta gente?, ¡mirón, mirón, mirón de San Pedro y San Vicente! Esta párvula canción infantil evoca tiempos pasados y nostalgia a los que crecimos creyendo que el mundo empezaba y terminaba en la calle donde jugábamos. Una generación que esperaba ver aparecer juntos al hombre del petate y el ropavejero. ¿De dónde viene tanta gente? De San Pedro y San Vicente quizás algunos, y esos se regresaron. De alguna manera hoy he terminado relacionando esta letra con la triste historia de los migrantes. ¿Qué los motiva a dejarlo todo para aventurarse en una travesía que puede ser mortal? Miles y miles cargando en una bolsa la vida, donde lo llevan todo: sus miserias y tesoros.

A Panamá, como palabra, etimológicamente hablando cada día le surge un nuevo significado. Lo que era, no es. Lo que sí jamás cambiará es su privilegiada posición geográfica y la importancia de esta. Lleva cosido a ello una rica historia que tiene tantos pasajes como mariposas y peces existen. Nuestro istmo es el eslabón más importante de América, arteria de agua y tierra que al hombre ha servido por siglos comunicando mares y hemisferios. En un esfuerzo humano llamado carretera Panamericana, se ha tratado de completar una ruta que conecte a todos los países de este continente. Pero ese tramo tiene un tope, la carretera acaba en Darién. La Panamericana se interrumpe en Yaviza y se vuelve a conectar 130 km después en Lomas Aisladas, un punto de la geografía colombiana, cercana a Turbo, en el Urabá antioqueño. No fue un desastre telúrico lo que malogró el proyecto, el inexpugnable tapón del Darién carga con esa culpa, parte en dos América y el sueño de la V Conferencia Internacional de los Estados Americanos de 1923 de hacer una carretera de Alaska hasta la Patagonia.

Una selva que para los que tomamos café sería el paraíso. Negra, húmeda y caliente. Un infierno para los que se adentran en ella. Llena de bosques y rica en vida silvestre. Intransitable y peligrosa, pero eso no le resta a la hora que un migrante decide dejar su tierra y seguir hasta su destino final. El objetivo es llegar a Estados Unidos, los que no lo logran quedan por el camino o son deportados. Vienen desde muy lejos a continuar su sueño hasta donde América se atraganta. Decir que los que no llegan quedan por el camino, es literal, mueren tragados por la espesa vegetación y pantanos, o presas de animales salvajes. Una travesía extenuante de largas caminatas entre montañas y ríos. El tapón del Darién guarda sepultados en su selva indomable a conquistadores españoles, exploradores escoceses, migrantes de todas partes que pensaron cruzarlo unos, explorarlo otros y establecerse muy pocos. La selva no hace distinción, solo le basta saber que te has perdido.

El tapón del Darién le puede quitar la vida a los que se atreven, pero a los que no y logran seguir son los “coyotes” de esta parte de la ruta los que se aprovechan. Verdaderas mafias que cobran por hacer la travesía, igual que en todas partes donde hay una frontera que se interpone a los sueños. Acá ese muro es un tapón impenetrable de 575 mil hectáreas de hostil vegetación con el que los migrantes se estrellan en su huida desesperada de querer encontrar una vida mejor. Huyen de la pobreza, de las guerras, de la corrupción, de la injusticia, hasta de Dios.

Cuando un migrante se dispone adentrarse en territorio panameño dejando atrás la frontera con Colombia, muy a su suerte sabe o mejor si lo ignora, que esa parte del mapa donde continua su éxodo es una zona caliente. Tanto o más que el mismo tapón del Darién, que históricamente ha servido de refugio a guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes.  El puerto colombiano de Turbo vendría a ser la última parada, de allí en más lo que hay es agua y selva hasta llegar a Yaviza donde se corta la carretera Panamericana, donde nace el río Tuira, en ese paréntesis los obstáculos y pruebas de vida se dan a diario. Y tanto por nada, pues una vez sorteado el tapón, la travesía continúa por Centroamérica hasta llegar a Estados Unidos, o mejor dicho hasta la frontera con México. Más de 5 mil km de recorrido donde les espera otro muro.

Yaviza está a unos 300 km de la capital. De ese punto donde se interrumpe la Panamericana a Alaska hay 12 mil 500 km, qué tiene que pasar para que la carretera continúe es una discusión que lleva más de 50 años. El tapón del Darién representa el 13% de nuestro territorio, un paraje que posee la mayor colección de especies de pájaros del mundo. Si llegase a suceder, que un día la Panamericana continuara su extensión uniendo las Américas de seguro correría peligro un tesoro de la naturaleza.

La Unesco declaró en 1981 Patrimonio Ambiental de la Humanidad a la selva del Darién, cualquier intención de pavimentarla pondría en riesgo el esfuerzo de ambientalistas y comprometería extensiones de áreas indígenas. Su rica biodiversidad se vería amenazada con una apertura de tal magnitud dando paso al inclemente cambio climático. Solo quedarían los recuerdos y portadas en revistas científicas registrando un holocausto ambiental.

¿Qué hubiese sido de nosotros sin ese muro ahora en tiempos de pandemia? La importancia del tapón terminó de convencer al mundo cuando en Colombia a principios de los años 70 surgió un brote de fiebre aftosa, poniendo en riesgo la producción de ganado. El virus no se propagó más allá de las fronteras porque encontró en Darién un escudo natural que lo contuvo. Esto hizo que Estados Unidos, principal interesado en expandir la carretera Panamericana, se lo pensara mejor. Hoy la carretera continental no es posible, o al menos tomará más tiempo madurar esa idea, aunque siempre que las alarmas se enciendan, primero con la fiebre aftosa y ahora con el coronavirus, la naturaleza y los retos terminan evitando una mayor tragedia. Aunque es de esperar que las migraciones irregulares aumenten, pues con la pandemia las condiciones económicas de los más vulnerables seguirán empeorando.

Algo es cierto, es imposible resguardar esa frontera debido a su extensión y a su espesa vegetación tropical, de ahí que es aprovechado por los migrantes y también por grupos irregulares. Con una extensión de 266 km desde cabo Tiburón hasta el Pacífico esa línea imaginaria compartida marca los hitos en nuestra relación de vecindad con Colombia. Si pasa la gente, con ellos cualquier cosa es buena para hacer el tránsito también. Ruta al fin. Los que la caminan terminan siendo captados por grupos que en todo ven una oportunidad de extender su mal. Las autoridades no pueden garantizar una frontera segura, por mucho que sea el esfuerzo y los recursos la misma selva termina por traicionarlos, aliándose con los que malviven de ella.

De dónde viene tanta gente, de Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Venezuela, Haití, Cuba; de más lejos como Pakistán, Ghana, Etiopía, India, Bangladesh, de África, Asia, de todas partes, la mayoría indocumentados y muchos ni siquiera hablan español. Pero todos hablan el mismo idioma de la urgencia. Entre más se acercan a su destino se van encontrando con sus espejos, más como ellos, viviendo la misma experiencia. Eslabones de cadenas haladas por traficantes de seres humanos. Decir que han atravesado el Darién debería ser un símbolo de estatus, un héroe de guerra, sobreviviente de una gran hazaña que ha dejado atrás selvas, bosques, playas, ríos, montañas, el paraíso perdido. Una olimpiada de la naturaleza, salir vivo es el premio, nada despreciable cuando se sabe que el tapón del Darién si te deja pasar, siempre lo hará a cambio de algo.

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