Se suele repetir una y otra vez que los conquistadores españoles no traían mujeres consigo y esta afirmación justifica los desmanes que en muchos casos se dieron contra la población femenina indígena y esto, aunque pudo haber sido cierto en algunos casos, tampoco es del todo real. Sí llegaron mujeres en los primeros tiempos de la conquista de América, llegaron con sus esposos, llegaron solas e hicieron su vida de forma a veces muy poco ortodoxa en estas tierras. Vamos a repasar hoy en esta entrega de La Historia Habla la historia de alguna de ellas.
Hernán Cortés contó entre sus soldados con varias mujeres españolas. Isabel Rodríguez peleó con valentía y fiereza en la Noche Triste y en la batalla de Otumba.
Ella había llegado al Nuevo Mundo circa 1520 acompañando a su esposo Miguel Rodríguez de Guadalupe. Primero se instalaron en La Española y más tarde pasaron a Cuba desde donde viajaron a México en la expedición de Pánfilo de Narváez, que llegaba con órdenes virreinales para detener a Hernán Cortés y terminó tuerto, encarcelado y murió ahogado, tiempo después en el delta del Misisipi, pero eso será material para otra entrega de La Historia Habla.
Isabel y su marido se unieron a la tropa de Cortés. Después de manejar la espada con destreza y tras la escabechina de ‘La Noche Triste’, así como hacía una cosa hacía la otra y no dudaba en coger las armas «en descubierta y combate», organizó un cuerpo de enfermeras de campaña del cual formaron parte, no solo mujeres de las tribus indígenas aliadas con los españoles, sino otras mujeres soldados como Beatriz de Palacios, Juana Mansilla y Beatriz González.
Manuel Orozco y Guerra nos cuenta que la Corona española la premió con el título de ‘Médico Honoraria’.
Pero ellas no fueron las únicas mujeres que empuñaban armas y se medían de tú a tú en las batallas. Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España nos habla de María de Estrada, y dice que batallaba «como los hombres. Manejaba diestramente la espada, la rodela y la lanza. Luchaba tanto a pie como a caballo.»
María Estrada de Farfán, nació en Sevilla y llegó a los territorios del Caribe apenas empezando el siglo XVI. Fue una de las tres sobreviviente de la masacre que los taínos llevaron a cabo en la desde entonces llamada Bahía de Matanzas, en Cuba. Según parece, era tan bella que su hermosura la salvó de morir y vivió varios años como concubina de un jefe taíno.
Cuando fue liberada se casó con Pedro Sánchez de Farfán y en noviembre de 1518 ambos se unieron al ejército de Cortés que salía a conquistar México
Tras La Noche Triste Hernán Cortes quiso dejar a las mujeres de su hueste descansando y a salvo en Tlaxcala, a lo cual María dijo: “No es bien, señor capitán, que mujeres españolas dexen a sus maridos yendo a la guerra; donde ellos murieren moriremos nosotras, y es razón que los indios entiendan que somos tan valientes los españoles que hasta sus mujeres saben pelear...”.
Los cronistas cuentan que en la batalla de Otumba “con una espada y una rodela en las manos, peleaba valerosamente con tanta furia y ánimo, que excedía al esfuerzo de cualquier varón, por esforzado y animoso que fuera, que a los propios nuestros ponía espanto” .
El mismo Hernán Cortés llegó a decir de ella: “Sánchez Farfán era uno de los mayores amigos que yo en estas partes tenía (…) y a su mujer soy en mucho amigo y, (…) la tengo en lugar de hermana”
Los cronistas cuentan que murió rica y reconocida y peleó hasta el final, incluso se atrevió a protestar ante el rey Carlos I por hacerle pagar demasiados impuestos.
Por último vamos a presentarles a la Monja Alférez, un personaje digno de una película de aventuras. Contradictoria, pendenciera y aventurera, Catalina de Eraso nació a fines del siglo XVI en San Sebastián, en España. Su padre la internó a lo cuatro años en un convento de dominicas. Pero su carácter no estaba hecho para plegarse a la vida conventual. Catalina huyo? del monasterio a los 15 años sin profesar los votos, habiendo decidido que quería vestir y vivir como un hombre se fue a Vitoria donde trabajó en casa de un médico al que robó antes de huir de nuevo a la Corte, en Valladolid, allí se convirtió? en paje del secretario del rey, con el nombre de Francisco de Loyola. Regresó a Bilbao y allí unos muchachos se burlan de ella y los apedreo? hiriendo de gravedad a uno de ellos, por lo que estuvo encarcelada. Después de varios lances del mismo tono Catalina se enrolo? en la flota que venía al Nuevo Mundo. Llegó a Panamá y al cabo de un año, cuando e los galeones regresaban a España cargados de oro, Catalina robo? quinientos pesos del camarote del capitán y se escondió en Nombre de Dios hasta que la flota estuvo mar adentro, con ese dinero viajó a Perú?.
Vivió en la ciudad de saña como hombre de confianza de un comerciante, pero en una riña a espada terminó con un hombre muerto, otro herido y ella en la cárcel. Su empleador la sacó de la cárcel y la mandó a Trujillo, a dirigir otro de sus negocios, hasta allí fueron a buscar a ‘Francisco’ para vengar la sangre derramada en la trifulca de Saña, este nuevo duelo terminó con otro hombre muerto y ella en una iglesia, acogiéndose a sagrado.
Tras varias peripecias más, estuvo en Chile, guerreando contra los mapuches con el nombre de Alonso Díaz Ramírez de Guzmán. El relato de sus hazañas y sus aventuras son largas y emocionantes, con riñas, muertes, batallas en las que la sangre corría como un arroyo, según las palabras de la monja Alférez. Por fin fue reconocida y encarcelada. Se salva de la pena de muerte por ser mujer y doncella. En 1624 regreso? a España como Antonio de Erauso. El rey Felipe IV la recibió, porque su vida y sus aventuras la habían convertido en una celebridad. Viajó a Italia y allí la recibió el papa Urbano VIII, quien le concedió? permiso para seguir vistiendo y firmando como hombre. Por fin regreso? a América y se dedicó? al oficio de ser arriero desde Veracruz a la ciudad de México hasta que murió? en 1650 en Cuitlaxtla.
Novicia, militar, pendenciera con al menos diez muertos en trifulcas y duelos a sus espaldas, un soldado valiente y esforzado, ludópata, virgen, lesbiana y hombre. Una leyenda.