Cuando en 1933 Franklin D. Roosevelt asume la presidencia, los Estados Unidos estaba en bancarrota: la fuerza de la Gran Depresión tenía abatida a la nación. Con su discurso inaugural, el recién instaurado presidente logró estremecer a quienes le escuchaban cambiando una mentalidad general de abatimiento por una de esperanza. Sus palabras se convirtieron en un punto de inflexión en el destino del país y las acciones que llevó a cabo luego marcaron el inicio de la recuperación económica, convirtiéndole en el epítome del liderazgo eficaz en tiempos de crisis.
Roosevelt dejó en claro que no hay mejor momento para poner a prueba el liderazgo que los tiempos de crisis; las épocas de convulsión social, política o económica: como la que el mundo atraviesa en el presente.
Lamentablemente, en medio de la coyuntura más difícil que el mundo haya vivido en el último siglo, campea la más absoluta falta de liderazgo a nivel global. Con muy pocas excepciones, las naciones del orbe se mueven vacilantes, dando tumbos y hundiéndose en el abatimiento y el desconsuelo.
Y nuestro país no escapa a ese escenario. Con una realidad estremecedora de contratos suspendidos, contracción del PIB que ronda el 18 por ciento y un ejército de 371 mil 567 desempleados, brilla por su ausencia el líder que inspire al país, que le imprima una visión de futuro y lo lleve a superar los gigantescos escollos que la tragedia sanitaria ha puesto en el camino.
Y no sucumbamos a los cantos de sirenas: la demagogia no es liderazgo, aunque muchos se confundan. El líder propone, el demagogo promete.
Porque el lenguaje del líder le caracteriza. Producto de la visión que le anima, el suyo es un lenguaje de propuestas, de ideas, de opciones a tomar para resolver los problemas del presente y anticiparse con respuestas certeras a los del porvenir.
La polarización extrema que cangrena a la nación es la prueba extrema de esta crisis de liderazgo que nos abate: no existe una figura capaz de cohesionarnos en una idea que trascienda y supere las cosas que nos dividen.
Las crisis -escribió Warren Bennis- hacen que destaque el liderazgo, pero también requieren de él. Y en medio de esta crisis suprema hace falta alguien con un conocimiento sólido y detallado del lamentable país en el que estamos hundidos y con una imagen clara y vigorosa del que queremos construir para beneficio de todos.
Necesitamos liderazgo efectivo: sobran las verborreas inútiles.