Las afectaciones colaterales que nos deja el huracán Eta, a su paso por Centroamérica, son considerables: vidas perdidas, personas desaparecidas, terribles inundaciones, deslaves y destrucción de viviendas e infraestructuras de vital importancia para la movilización humana y de mercancías.
Chiriquí, Bocas del Toro, Herrera, Veraguas, Coclé y la comarca Gnobe Bugle sufrieron la furia residual del fenómeno climatológico que dejó un rastro de pánico y destrucción a su paso por nuestras tierras.
Diecisiete (17) víctimas fatales en nuestro país, sesenta y ocho (68) personas desaparecidas, cerca de treinta y un (31) comunidades afectadas, veinticinco (25) vías de acceso colapsadas, alrededor de seis (6) puentes inutilizados, dos mil quinientos ochenta y siete (2,587) personas repartidas entre unos veintinueve (29) albergues; ciento setenta y cinco (175) personas rescatadas y más de seiscientos cincuenta y seis (656) evacuados. Las cifras son terribles y se agravan más cuando reparamos en las múltiples necesidades que asoman luego de la tormenta: demasiados panameños golpeados que esperan pacientemente toda la ayuda que le puedan brindar el estado y la mano solidaria del resto de los nacionales.
Ahora, otro golpe inexorable de esta tragedia comienza a sacudir al resto de los panameños que se debaten sumidos en la ya larga crisis del coronavirus; y nos viene de la mano avariciosa de los especuladores de siempre. Esa sempiterna plaga criolla que nos acompaña año tras año sin que exista institución o la mano de la ley que se pose en su despreciable cuello y apriete estableciendo un poco de orden.
Ya los precios de las legumbres, los vegetales y las frutas comenzaron su inmisericorde ascenso tomando como excusa que una de las provincias más golpeadas por el coletazo de Eta- Chiriquí- abastece cerca del ochenta por ciento (80%) de esos rubros.
Comerciantes y acaparadores inescrupulosos que, con mercancías existentes en bodegas y cabinas de frío desde antes de la tragedia, se aprovechan de la ocasión para establecer aumentos que oscilan entre los cincuenta centésimos (0.50) y un dólar con cincuenta (1.50). Algunos de los productos figuran hoy al doble del precio que tenían antes de la tragedia.
Esta casta insensible, ahogada en su codicia, parece olvidar que el resto del país- aquél que no fue golpeado por la tragedia climática-, desde principio de año lucha tenazmente contra la pandemia del covid-19, en medio de las precariedades y las angustias de una situación económica difícil para todos.