Panamá continúa registrando la más alta incidencia de Covid-19 en las Américas con 3 mil 261 casos acumulados por cada 100 mil habitantes, según señalamientos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Eso ha hecho sonar las alarmas y provocado que el Ministerio de Salud (MINSA) elabore un plan de contingencia para enfrentar un repunte de los contagios: la tan temida segunda ola que impacta en estos momentos a Estados Unidos, España, Italia, Francia, Israel y Portugal, entre otros.
Evaluando el riesgo por medio de cuatro indicadores se plantean cinco niveles de alertas con sus correspondientes medidas de respuesta.
El número promedio de transmisión del virus (Rt) debe marcar 1 o menos, el nivel de letalidad permanecer bajo 3%, la disponibilidad de camas ha de ser de 20% o más, mientras que la disponibilidad en unidades de cuidados intensivos (UCI) y de cuidados respiratorios especiales (UCRE) no puede ser inferior al 15%. De acuerdo al número de indicadores desbordados, se establecen los cinco niveles de respuesta sanitaria- del 0 al 4-, donde el nivel cuatro impone medidas drásticas como el cierre de sábados y domingos, movilización por sexo y toques de queda.
Después de ocho meses de confinamientos y restricciones, es comprensible que la fatiga pandémica lleve a un relajamiento de las medidas recomendadas y que disminuya el interés por la información pertinente a la crisis de salud. Pero son precisamente ese relajamiento y ese desinterés los factores que pueden arrojarnos a una situación de rebrotes descontrolados que resultaría de gravísimas consecuencias para todos.
Este es el momento adecuado para tomar medidas que complementen el plan de contingencia. Las campañas educativas sobre el virus, sobre las medidas de cuidado, han sido las grandes ausentes en medio de esta situación crítica. Ha faltado una estrategia de comunicación persistente y repetida- en medios tradicionales, redes y plataformas sociales- que grabe en el pensamiento ciudadano los recursos y procedimientos para resguardarse del virus a nivel individual y colectivo.
Todo el dinero dilapidado en salarios escandalosos para “influencers” y en campañas para mejoramiento de imagen, habría de ser invertido en esas efectivas estrategias divulgativas y de educación ciudadana. Educar para afrontar con éxito la crítica situación sanitaria que enfrentamos. Si logra hacerse eficientemente, los maquillajes de influenciadores y expertos de imagen quedarán sobrando.