Desde principios del año 2000, la matrícula universitaria- según el Banco Mundial- inició un sostenido proceso de crecimiento hasta duplicarse. Pasó de rondar el 20 por ciento y alcanzó un poco más del 50 por ciento de la población en edad de comenzar estudios superiores.
Este proceso brindó la oportunidad de realizar estudios universitarios a integrantes de grupos tradicionalmente excluidos como los indígenas y los del área rural.
Cuando a principio de este año se desencadenó la pandemia, muchos de estos jóvenes- ¡demasiados! – fueron testigos del naufragio de sus planes y de los sueños construidos sobre esta oportunidad en el campus.
A pesar de las medidas paliativas tomadas por algunas universidades, sobre todo las del sector público, el vertiginoso aumento del desempleo causado por la pandemia y que golpea más duramente al segmento de edad entre los 19 y los 24, dificulta cumplir con el pago de matrículas y con los gastos derivados de los estudios. La vida para muchos de ellos repentinamente pasó a convertirse en una lucha de sobrevivencia.
Por todo lo anotado, además de la recuperación económica y el fortalecimiento del sistema de salud, los gobiernos de la región tienen la obligación de atender esta crisis y formular y ejecutar estrategias firmes que aseguren el retorno de esta masa de jóvenes a los recintos universitarios.
El futuro está en esos claustros, cerrados actualmente para estos muchachos, víctimas inocentes de la actual tragedia mundial.