MIRANDO TRAS LA MEMORIA

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Conversa de Arte con una niña «fea, flaca y triste»

Texto e ilustraciones:

Manuel E. Montilla

Para: Sophia

Esta niña emocionante, fea, flaca y triste, y tan llena de necesidad de amar, bien podría ser una de las últimas encarnaciones de la poesía.»

Agustí Bartra.

Para tus interrogantes, mi pequeña tristefea, debo decirte que hay mil y una respuestas. Y todas son ciertas, y todas son sesgadas, y todas son falaces. Por vicisitud o albur, en la vida del hombre lo que prevalece es la transmutación, el cambio, el devenir. Podría afirmarte, con palabras de Giacometti, que «Prefiero la vida al arte»; es una certeza que descubrí con la primera luz, con el primer estupor y que se reafirma al mirar tus ojos. ¡Albricias!

El día a día, con su tráfago de sueños claudicados, con sus miríadas de obcecaciones, de necedades, de sorpresas y devaneos, de alegrías, devastación y pequeños triunfos, nos descubre un mundo tan asombroso y rico, que el arte es un pálido remedo y un poco apetecible botín de novedades. Pero así somos los seres humanos, con ternuras etéreas y odios abismales, con algarabías y llantos, con deslumbres y oscuridades. Y en ese recodo de la senda se agazapa el arte y muerde con furia desatada hasta el hueso. Luego te mira, te abraza y te olvidas del cataclismo que te cubre de argumentos iconoclastas, orgánicos, ampulosos, oscuros y concurrentes.

Pero tú quieres saber cómo me interesé en el arte y sus nutridos subterfugios. En verdad te digo que es cual preguntar al tigre por qué caza, al colibrí por qué vuela frenético, o a tu corazón por qué late a prisa en ese instante de plenitud en que te descubres mujer. Es cierto, hay un preciso encanto que no se podría obviar; ese singular sentimiento de desarraigo y desamparo que nos anota como seres no mensurados, como sombras de luz, como tormentas estelares. Y… de pronto, estas manos débiles, constreñidas, son armas irreductibles en un combate inenarrable cuyo fin último es construir (o destruir) a nuestro Hacedor, concitar la alborada y marcar el horizonte con la certeza de este periplo vano. Entonces, cual Odiseos, aspiramos el aire lejano de nuestras Ítacas y sabemos que no nos esperan, pero que llegaremos, después del arduo periplo, y habrá festejos, jolgorio, muerte, destrucción. Y volveremos a partir, porque es nuestro destino ser parias sin patria ni redención.

¿Inspiración, dices? Déjala a los vagos, estériles, apóstatas, pérfidos y a su caterva de eunucos. El arte se sustenta y apoya en el trabajo denodado, preciso, investigativo, portentoso, tenaz, inflexible en cada segundo. Nada del azar y la suerte, sólo un oficio que crece con la fuerza que le impongas. ¿Talento?, No, perseverancia. Empeño. Dejando la sangre y la carne en cada jornada, en cada idea, en cada emoción, en cada golpe de martillo sobre la piedra, trazo de pincel y textura o tinta contra el verso o sonido y partitura. En cada puñetazo de odio, ira y frustración ante el fracaso. El reto es levantarse, seguir como si la vida no se nos fuera entre los dientes. Y se nos va, en verdad. Nos agobia, nos abandona. Somos los condenados en el averno de nosotros mismos. Ya nos lo externo Picasso: «La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando».

¿Ser artista es difícil?, nada más lejos de la verdad. Es como ser carpintero, doctor, ingeniero, abogado, mártir en su cruz, pederasta en sus heces o cualquier pelafustán. ¿Necesita apoyo y comprensión el artista?, ¡JODER…!, como diría mi amigo, el hispano Vitoria. «¡A trabajar bola de palurdos, fuera lloriqueos y lisonjas!  ¡A trabajar junta de inútiles! ¡A trabajar con la mierda en la garganta!» El artista es un guerrero sin luz ni sombra, es un demiurgo y un Golem, es un miserable y un asceta, un remedo de ser innombrado que sueña que sueña que sueña y sigue soñando mientras agarra por el pescuezo a la vida y a golpes le saca el secreto nombre jamás revelado. Después se sienta, se bebe una crátera de vino negro, o una simple cerveza, y se duerme tranquilo, entre sueños de impudicia. O fornica alucinado con alguna hetaira o simplemente calla y olvida.

¿Qué queda? Persistencia, desvelos, oficio, arduas jornadas de suplicio y días de bochorno y asfixia. Las letras mitigan los temores, las mujeres nos desnudan el alma y al caer la noche se reanuda el combate sempiterno. Malditos por siempre, sin puerto de arribo, cansados y pendencieros, sin claudicaciones ni vergüenzas, podremos partir en la hora nona porque amamos lo que hacemos, porque no nos rendimos, ni aún derrotados, porque somos la raza oscura de la que nacen los arcángeles malditos, porque somos tormentosos depredadores y endriagos violentos en un mundo de hierro y fuego, de hielo y de piedra. De almizcle y semen.

¿Consejos para mirar el arte? Tú, espectadora ávida, sabes más y mejor, por intuición, de estas cosas que cualquier nimiedad que yo te pudiese inventar y eres continente de tales afanes. Nada te comento exprofeso, mustia niña, de las obras cuyas imágenes verás por doquier. Sería labor inútil y desvergonzada el pretender verdad alguna y no la posesión intransferible, única, del que, bien o mal, las mire, las decante. El ejercicio de cualquier arte no significa conocimiento o prelación ante lo evidente. El ojo que mira, aunque sea tuerto o ciego, está más autorizado que mil palabras retóricas y huecas. En tales disyuntivas sólo te podría recomendar, muy quedo, que cierres los ojos y mires con toda el alma. Descubrirás cosas que a mí jamás se me hubiesen ocurrido. Y serán tuyas, y serán buenas, y yo seré feliz.

En fin, lánguida y triste amiga, ni en el hades somos bienvenidos. Y eso que nosotros inventamos al demiurgo, al arcángel lóbrego y a toda su caterva de gamberros. Pero que dulce el néctar emanado de tus labios cuando sonríes, me miras y comprendes que sólo soy un hombre que camina por el páramo; que reposa su frente en tu seno bienhechor y duerme para rememorar leones marinos, aguas azules y tu cuerpo pleno de epifanías, de dádivas. Nada más, nada menos. Entonces me confieso tuyo. Entonces estaré completo. «Sé feliz como si yo estuviera contigo. (No tengas demasiada seguridad de que no estoy contigo.)», seguro es lo que te aconsejaría el viejo Walt (Whitman).

En fin, lánguida y triste amiga, ni en el hades somos bienvenidos. Y eso que nosotros inventamos al demiurgo, al arcángel lóbrego y a toda su caterva de gamberros. Pero que dulce el néctar emanado de tus labios cuando sonríes, me miras y comprendes que sólo soy un hombre que camina por el páramo; que reposa su frente en tu seno bienhechor y duerme para rememorar leones marinos, aguas azules y tu cuerpo pleno de epifanías, de dádivas. Nada más, nada menos. Entonces me confieso tuyo. Entonces estaré completo. «Sé feliz como si yo estuviera contigo. (No tengas demasiada seguridad de que no estoy contigo.)», seguro es lo que te aconsejaría el viejo Walt (Whitman).

En algún lugar de Mesoamérica.

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