Ariel Montoya. Escritor y político nicaragüense exiliado en los Estados Unidos. Columnista Internacional.
Hay otros también, como Honduras y Bolivia, más aquellos que, proclamándose democráticos, son para dictatoriales como Brasil, Chile o Colombia; el común denominador de todos en conjunto es que no tienen qué aportar a sus países y cada vez pierden peso a nivel internacional como producto del fracaso de sus sistemas, pues aun manejando economías de libre mercado, mantienen posturas asistencialistas, populistas y estatistas.
El caso de los tres primeros mencionados en el presente titular es porque representan la máxima expresión de las políticas fracasadas emanadas del castrismo. Fidel Castro las copió de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); los comandantes sandinistas, en la primera época tras el asalto guerrillero al Poder y luego Daniel Ortega, del dictador cubano al igual que Hugo Chávez, su último pupilo y gran benefactor del Dictador tropical.
Ese trío descompuesto en sus simientes, aspas y banderas por la ineficacia gerencial, la pobreza y el endeudamiento social, así como por la represión brutalmente mantenida hasta hoy y cada vez más desprestigiados por la Comunidad Internacional, se agotaron en el tiempo. Han sobrevivido por la sostenibilidad de las armas, la complicidad trastabillante de aquellos gobiernos pusilánimes amparados en sus protocolos y beneficios empresariales, así como por el adoctrinamiento de los programas ideológicos y partidarios para el embrutecimiento colectivo con que vacunan a sus ciudadanos. De lo contrario, otro gallo habría cantado, y desde mucho antes.
En el caso de Nicaragua, aunque se mantiene una economía maquillada ahora inundada de chinos, la represión continúa mientras la deuda externa crece.
Aunque el estándar social y represivo es el mismo en los países con más afectaciones políticas en sus pueblos, estos poseen diferencias a lo interno de sus sistemas. Nicaragua, en 1990 bajo intensas presiones, dio elecciones libres y éstos, los sandinistas, fueron aplastados electoralmente. Quizás por eso Ortega ahora no esté dispuesto a darlas en el 2026 como le corresponde al calendario electoral, lo que también dependerá del éxito de la batalla que la oposición política en construcción ejercite, así como de la actitud de la Comunidad Internacional.
Es el caso de Venezuela, en donde luego del diálogo entre la oposición política encabezada por María Corina Machado, el Departamento de Estado de Estados Unidos y la dictadura de Nicolas Maduro, se lograron llevar a cabo elecciones en el 2024 que han dado como resultado por una parte, el insolente descaro del régimen de no reconocer el triunfo opositor y por el otro el contundente reconocimiento del mundo entero de que la victoria fue certera. Es cuestión de tiempo para la salida del Chavismo atropellante y corrupto.
En el caso de Nicaragua, aunque se mantiene una economía maquillada ahora inundada de chinos, la represión continúa mientras la deuda externa crece. No hay libertad, la clase política satélite no tiene ni un uno por ciento de credibilidad y efectividad crítica y la llamada “oposición” de la Sociedad Civil, el Grupo Monteverde y los reductos del Sandinismo, ahora disidente del oficialismo llamados MRS o UNAMOS, escenifican actualmente una profunda crisis moral tras los fondos recibidos de USAID. Corresponde ahora más que nunca esa aparición y empoderamiento de una oposición política partidaria que presione y accione para el cambio.
Pero el más patético de los tres es Cuba. La primorosa isla de los años 50, llena de luces, prosperidad e inversiones, cuyo caso se vuelve vergüenza propia y colectiva, mundial, al no ejercerse una presión más allá de la diplomacia para permitirle a ese pueblo salvajemente adolorido, vivir en paz, sobre todo para aquellos que no han conocido el Sol de la Libertad.
Todos ellos están desahuciados. En la lona.