La infección social

Nadie lo expresó mejor que el autor estadounidense, Jack Canfield, cuando escribió: “Solo tiene que descubrir a dónde quiere ir. Si tiene una idea clara del qué, el cómo vendrá por añadidura”. El interminable progreso humano es un constante agotamiento de las viejas opciones seguidas por el surgimiento de otras nuevas. Después de cumplir sus ciclos, los modelos bajo los cuales se marchitan las instituciones y las personas llegan a su fin para darle paso a renovados paradigmas que, a su vez, sostendrán el nacimiento y el desarrollo de nuevos modos de hacer, de percibir y de pensar. He ahí el trasfondo de la evolución social.

Luego de una accidentada historia que culminó con una violenta intervención militar extranjera, el país entero abrigó la esperanza de un reinicio que llevaría a todos por nuevos rumbos de desarrollo y prosperidad. Tras asimilar la dolorosa lección histórica, las expectativas nacionales apuntaban a una nueva ciudadanía y, sobre todo, a un nuevo modo de percibir y practicar la política. Pero, las más de las veces, lamentablemente, las expectativas no van aparejadas a la cruda realidad. Y pasadas tres décadas, la decadencia que amenaza la estabilidad nacional alcanza niveles inauditos: con una ciudadanía apática que se mantiene al margen y no se decide a tomar las riendas de su propio destino como colectividad; y una casta política parasitaria incapaz de forjar una visión nacional, más preocupada por concretar sus intereses sectarios a costa de sacrificar la institucionalidad y el interés mayoritario.

Revertir el proceso desintegrador que amenaza el porvenir nacional requiere de un nuevo paradigma, de uno donde el destino de las mayorías no dependa de las pequeñas bandas políticas cuya incompetencia ha quedado demostrada hasta la saciedad.  Para lograrlo, para cambiar la desastrosa realidad en la que ha encallado la nación, se precisa de una ciudadanía creativa y participativa, que se atreva a abandonar su cómoda zona de confort y se atreva a unir esfuerzos para construir esa visión nacional capaz de sacarnos del atolladero. Sólo con una imagen integral y clara del país que queremos para todos, podemos acariciar la esperanza de alcanzarlo.

El futuro espera, y es de todos. Pero sólo será posible alcanzarlo con el esfuerzo y el trabajo de cada uno de los ciudadanos. Es momento de comenzar a tejer múltiples redes ciudadanas, donde las personas aporten de acuerdo a sus talentos y capacidades. Cuando estas redes se multipliquen y fortalezcan, la dependencia política que infesta hoy la vida en sociedad será sólo un amargo trance del pasado. “El mundo que hemos creado es un proceso de nuestro pensamiento”, subrayaba oportunamente Albert Einstein, “No se puede cambiar sin cambiar nuestra forma de pensar”.

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