Contábamos en las últimas entregas de La Historia Habla cómo los seres humanos han soñado, desde siempre, con el poder de volar. Esa capacidad les fue adjudicada a los dioses, los ángeles y los seres mitológicos.
La creencia en estos seres míticos que llegaban a la tierra como héroes civilizadores se resume hoy en la hipótesis del paleocontacto. Una teoría sin sustento científico, sostenida por autores como J.J. Benítez, Jacques Vallée o Erich von Däniken ha apuntado a que las antiguas apariciones divinas y los raptos de hombres y mujeres pudieran ser el equivalente a las abducciones que hoy se atestiguan, o aquellas que sostienen que los dioses y los seres mitológicos fueron seres extraterrestres que vinieron a la tierra y enseñaron a algunas culturas avances tecnológicos y conocimientos científicos en un movimiento denominado creacionismo alienígena.
Giovanni Schiaparelli, un astrónomo e historiador de la ciencia italiano que tras la gran oposición de 1877, escribió en La vita sul pianeta Marte, (Naturaleza y Arte N.º 11 Año IV, mayo de 1895, cap. I.): «Más que verdaderos canales, de la forma para nosotros más familiar, debemos imaginar depresiones del suelo no muy profundas, extendiéndose en dirección rectilínea por miles de kilómetros, con un ancho de 100, 200 kilómetros o más. Ya he señalado una vez más que, de no existir lluvia en Marte, estos canales son probablemente el principal mecanismo mediante el cual el agua (y con él la vida orgánica) puede extenderse sobre la superficie seca del planeta».
Al traducirse al inglés se cometió un error y se transcribió la palabra canali como canals en lugar de como channels, la primera palabra indica una construcción artificial, la segunda solo significa depresiones naturales en el terreno. Esta mala traducción fue el pistoletazo de salida para las teorías, ideas o creencias sobre la vida en el planeta rojo.
El astrónomo estadounidense Percival Lowell, basándose en estas observaciones de Schiaparelli, afirmó que estas líneas oscuras de la superficie marciana constituían una red de canales creados por una civilización inteligente y escribió tres libros Mars (1895), Mars and Its Canals (1906), y Mars As the Abode of Life (1908) defendiendo su postura.
A finales de 1896 y principios de 1897 hubo en Estados Unidos un aluvión de observaciones de artefactos voladores, que era imposible que pudieran ser de factura humana, ya que, como vimos en las entregas anteriores, en esas fechas el hombre aún no había controlado el vuelo. El 13 de abril de 1897 en el diario The Saint Paul Globe sacó en primera página una ilustración de un hombre perseguido por una nave de la que surgían dos haces de luz y un titular: “Can it be a visitor from Mars?”
Pocos años después de la publicación de los libros de Lowell, en 1912, Edgar Rice Burroughs, conocido por ser el creador de Tarzán de los monos, lanzó una serie de novelas de ciencia ficción con las aventuras de John Carter y otros guerreros en un planeta llamado Barsoom, que tenía las mismas características de Marte.
Hoy en día los avistamientos de ovnis son habituales en muchas partes del globo, se reportan no solo dichos avistamientos, sino también abducciones desde los Objetos Voladores No Identificados pero esta denominación, OVNI, que hoy nos parece tan común es relativamente reciente, y en realidad surgió para substituir a la de platillo volador que se utilizó durante décadas y que también fue fruto de una transcripción deficiente por parte de un periodista avivato.
El 24 de junio de 1947 el piloto estadounidense Kenneth Arnold, piloto civil vio nueve objetos volando en formación mientras él sobrevolaba el estado de Washington. Estimó que iban a una velocidad superior a los 1500 kilómetros por hora. Cuando aterrizó se acercó a la oficina del FBI para reportar, pero al encontrarla cerrada se acercó a Bill Bequette, periodista, y le contó lo que vio, nueve objetos con forma de búmeran que se movían como las piedras cuando rebotan sobre el agua, al parecer sus palabras fueron «volaban como un platillo lanzado a través del agua». El periodista de buena fe o a propósito confundió la forma en la que se movían con la forma de los objetos.
Nuevamente, el error, sin querer o queriendo, del periodista logró que el término platillo volador se generalizara como definición para todos los objetos volantes que no son reconocibles.
Una vez abierta la caja de los truenos, los avistamientos y los supuestos contactos se extendieron como la pólvora a lo largo y ancho del territorio de los Estados Unidos y traspasaron las fronteras.
La literatura alimentaba este paroxismo periodístico y surgieron cientos de novelas de mayor o menos calidad sobre el tema, como por ejemplo Robur el conquistador, de Julio Verne, publicada en 1886.
Desde fines de 1896 California, Texas, Arkansas, Nebraska, Misuri y hasta Minnesota habrán dado cuenta de los sobrevuelos en los cielos nocturnos. El 18 de noviembre de 1896 los habitantes de San Francisco se despertaron con la noticia de un extraño objeto que había pasado la noche sobrevolando Sacramento. El diario San Francisco Call relataba el testimonio de un testigo ocular de probada honestidad: “El cielo estaba cubierto por una densa capa de nubes y era imposible determinar la forma y el tamaño del aparato aéreo (…) pero se podían seguir sus evoluciones por las luces que emitía”. Al parecer, y según dicha crónica, los trabajadores de la compañía de tranvías del turno nocturno salieron a contemplar el fenómeno y pudieron escuchar voces de gente cantando una “canción vibrante que gradualmente se apagó en la distancia”. Este avistamiento llegó a durar más de 30 minutos.
A mediados de diciembre de ese año la prensa ya había exprimido la novedad todo lo posible y curiosamente los avistamientos fueron descendiendo, mientras se extendían hacia el este. El febrero de 1897 los avistamientos empezaron en Texas y se replicaron varias veces hasta que la opinión pública se cansó y pasaron a interesarse en otras cosas.