“Todas las sustancias son venenos, no existe ninguna que no lo sea. La dosis diferencia un veneno de un remedio”.
Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim
Durante miles de años la enfermedad y la muerte eran el castigo de los dioses a los humanos por algún desliz, sacrilegio o desobediencia a sus mandatos. En la Biblia Yahvé castiga al hombre con la enfermedad, el dolor y la muerte por la caída de Adán y Eva; Zeus mandó a Pandora la famosa caja de donde salieron todos los males menos la esperanza, que es lo único que les queda a los seres humanos. En muchas culturas se culpa a los malos espíritus de las enfermedades.
Esta concepción de la enfermedad como un castigo divino o un maleficio fue lo que hizo que las enfermedades, durante siglos, fuera tratada por magos y sacerdotes con exorcismos y sacrificios rituales. Esto no quiere decir que no se conocieran medicinas y remedios, que se conocían y se usaban, sino que la eficacia de estos siempre debía ser avalada por la bendición de un dios o por el aplacamiento del espíritu que había poseído el cuerpo del enfermo.
Por ejemplo, cuando una trepanación, (una práctica quirúrgica de la que tenemos ejemplos muy antiguos), daba resultado, no era porque al retirar el pedazo de hueso del cráneo se lograra aliviar la presión en el cerebro, sino porque se había abierto una puerta para que los malos espíritus que residían en la cabeza pudieran ser expulsados.
Que la práctica formal de la medicina ya estaba formalmente establecida en Mesopotamia alrededor del segundo milenio a. C. lo prueba el Código de Hammurabi, donde se dictan normas para la práctica de la curación, específicamente en los artículos 215 al 227.
Dichos preceptos vienen a establecer una serie de derechos y obligaciones para los médicos, y se establecía una diferencia de responsabilidad dependiendo de si el médico dañaba a una persona libre o a un esclavo como podemos ver a continuación:
“Si un médico ha tratado a un hombre libre de una herida grave con la lanceta de bronce y ha hecho morir al hombre, o si ha abierto la nube del hombre con la lanceta de bronce y destruye el ojo del hombre, se le cortarán las manos”.
“Si un médico ha tratado una herida grave al esclavo de un plebeyo con el punzón de bronce y lo ha matado devolverá esclavo por esclavo”.
En sumerio se designa con la misma palabra “medicina” y “vegetal”. Y es en Mesopotamia donde encontramos registros de los primeros botánicos . Pero como ya hemos dicho antes, consideraban la enfermedad un castigo divino por algún pecado cometido, y para descubrir contra qué dios se había pecado empleaban la hepatoscopia, un método de adivinación en el que se escudriñan señales en los hígados de los animales sacrificados. Una vez sabido el pecado se recetaban penitencias y remedios, generalmente extractos de plantas, resinas y aceites; algunos de estos preparados tenían propiedades antibióticas o antisépticas. Aunque otros, como el ‘aliento de bebé’ se resisten a revelar su secreto.
En los papiros médicos egipcios encontramos numerosos remedios, recetas y drogas. Usaban mucho el aceite de ricino como purgante, plantas aromáticas como la albahaca, la menta, y otras como el apio, el ajo y la cebolla, (según el historiador griego Heródoto, los que construyeron las pirámides se alimentaban a base de estos dos vegetales para poder tener suficiente fuerza).
También encontramos referencias al uso del áloe, la belladona, el cardamomo, la mostaza, el enebro, el anís, la linaza y la colchicina, este último es un antiinflamatorio de origen vegetal que aún hoy en día se utiliza para tratar la gota, y que incluso tomaba Benjamín Franklin, que sufría de esta enfermedad. Los médicos egipcios también preparaban compuestos a base de miel, mirra, e incluso usaban la hiel de los animales.
En Grecia y Roma también se usaba la adivinación por los sueños para la curación de las enfermedades, ya que frente a las afecciones más difíciles el enfermo debía ir al templo de Asclepio (Esculapio) y dormir allí hasta que el dios se le apareciese en sueños y le dijera cuál era su mal y el remedio. Platón afirmó que para que sirva el fármaco antes de tratar el cuerpo hay que tratar el alma.
Hipócrates, el galeno de Cos, a quien muchos se refieren como ‘el padre de la medicina’, fue el que marcó el camino de los médicos con su famoso lema: “Primero no hacer daño”. Hoy en día una de las versiones del juramento hipocrático que hacen los doctores es la del doctor Louis Lasagna, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts que lo redactó en 1964 basándose en el de Hipócrates.
Precisamente fue otro médico de la antigüedad, Galeno, por el que nombramos hoy así a los doctores en medicina. Él, apoyándose en el Corpus Hippocraticum establece sus propios conceptos que se basaron en la importancia de la moderación en las costumbres y en tratar primero “los pecados del alma”, además de en el equilibrio de los humores del cuerpo como fuente de la salud y de la enfermedad. Aunque esta creencia en los cuatro humores que predominan en el cuerpo humano y el equilibrio que deben de guardar puede parecernos hoy descabellada, tuvo vigencia hasta el Renacimiento, y fue seguida y aceptada en todo el mundo conocido, por médicos judío, árabes y cristianos.
Durante milenios, en China también se creía que los causantes de las enfermedades eran seres ultraterrenos, espíritus o demonios que solo podía combatir un chamán. Aún en la dinastía Tang (618-907 d.C.) el programa oficial de los estudiantes de medicina incluía la asignatura de demonología. Los primeros testimonios de prácticas médicas en China se remontan a la dinastía Shang, (s. XVI – XI a.C.). De esa época han encontrado oráculos con sueños y dolencias de los miembros de la familia real. Las enfermedades solían atribuirse a los espíritus de los antepasados o a elementos naturales como el viento o el frío.
(Continuará)