Reyes estacionales

Foto: Wikicommons

Aunque en la mayoría de nuestras sociedades modernas la elección de los que gobiernan la hace el pueblo y hay una separación más o menos marcada entre estado y religión, esto no siempre fue así.

En el libro La rama dorada (1890), James George Frazer afirma que todas las religiones prehistóricas giraban en torno a la fertilidad de la Tierra que se renovaba a través del sacrificio periódico de un rey sagrado. Esta tesis hizo eco y se recogió en muchos otros libros dedicados a la mitografía histórica que se escribieron a continuación, como los de Joseph Campbell y los de Robert Graves, dedicados a la mitología.

Este rey sagrado era la reencarnación de un dios estacional que nacía en el solsticio de invierno, moría, y resucitaba.

Sería, según Frazer una deidad solar que llevaba a cabo una unión mística con la diosa de la Tierra, la cual era a la vez, su madre y su esposa. Frazer recogió pruebas de este mito y sus consiguientes rituales en casi todas las mitologías mundiales desde Java hasta el África subsahariana y se pueden rastrear sus huellas en la mayor parte de los pueblos indoeuropeos.

La posición de rey-sacerdote no nos es desconocida. Seguramente todos sabemos que los faraones eran reyes dioses, igual que los reyes de la antigua Mesopotamia, y los soberanos de muchas culturas a lo largo de América, como los incas, estos reyes absolutos y sagrados aunaban en su persona la autoridad política y la religiosa. Eran los sumos sacerdotes y los jueces supremos.

Encontramos referencias a esta realeza sagrada entre algunos historiadores romanos; nos hablan de ella como una costumbre muy antigua y ya perdida en sus tiempos, pero que aún perduraba en la memoria mítica.

Publio Ovidio Nasón, en su obra Fastos, en la que nos explica datos sobre las fiestas, los meses del año y otras curiosidades sobre estos temas, en el mes de marzo del Libro III nos relata que el lago de Nemi era «sagrado para la religión antigua«.

En este bosque vivía un rey sacerdote del templo a Diana que existía en aquella foresta, cuyo nombre nos ha llegado a través de las obras de Suetonio, el ‘rex Nemorensis’. Pero la costumbre dictaba que solo un esclavo fugitivo se podía convertir en rex nemorensis, en el “rey del bosque”, el cargo estaba vetado a los hombres libres.

Si algún esclavo tenía la astucia o la fortuna de llegar hasta el santuario de Diana Nemoralis, tal y como nos cuenta Marcial, debía encontrar, entre todos los árboles, un árbol sagrado que ningún hombre libre podía tocar, entonces, el esclavo debía partir una de sus ramas. Eso equivalía a lanzar el guante en los duelos entre caballeros. Era el gesto que lo marcaba como aspirante al cargo y significaba que acababa de retar a un combate a muerte al rey sacerdote. Estrabón (V, 3, 12) nos cuenta que el rex nemorensis siempre se paseaba por el bosque “armado con una espada, a la espera de ataques a su alrededor, listo para defenderse”. En este combate, tal y como en la película Highlander, ‘solo puede quedar uno’.

Pausanias nos dice que “el premio para el vencedor en combate era el sacerdocio de la diosa”. Aunque solo lo pudiera disfrutar con el corazón en un puño y el gladio en la otra mientras esperaba a aquel retador que lograra acabar con él.

Entre los pueblos celtas de Irlanda y Escocia se mantuvo hasta época históricas recientes el sistema del tanistry, que era un método de sucesión real en el que el miembro masculino de la dinastía real con más méritos era el que debía heredar el trono, en muchos casos asesinando a su predecesor. Ya que todos los hombres de la familia real suponen tener la misma legitimidad para alcanzar el trono, los combates y las luchas intestinas serán las que depuren a aquellos que no sean dignos de alcanzar el poder.

Podemos ver como ejemplo el de Robert Bruce, que más tarde sería Robert I de Escocia, en su aspiración al trono escocés apeló a la tanistry, aunque era de una rama menor de la estirpe real, y después de varios intentos de acceder al trono, más o menos diplomáticos, mató a su principal oponente. (en realidad Bruce lo atacó delante del altar mayor de la iglesia de Greyfriars y huyó, pero John Comyn sobrevivió al ataque y dos de los seguidores de Bruce tuvieron que regresar a rematarlo), y así Robert the Bruce fue coronado rey de Escocia en el año 1306.

La costumbre de los tanistas en Escocia fue abolida durante el reinado de James VI.

Podemos ver referencias a este sistema en los cómics del héroe Sláine, publicados por primera vez en 1983.

Estos reyes sagrados, en algunas tradiciones, también estaban destinados al sacrificio para expiar los pecados de sus pueblos, ya fuera al final de su periodo de regencia o como ofrenda a los dioses en periodos de crisis. Este rey sería entonces sustituido por otro que correría la misma suerte a su debido tiempo.

No solo en el extremo occidental de Europa se dio esta práctica, sino también entre los habitantes nómadas de las estepas de Asia central como los mongoles.

Hoy en día este recuerdo de los reyes estacionales, cuyo reinado era temporal y eran sacrificados o asesinados por su sucesor lo podemos rastrear en varias costumbres que se mantienen en la tradición pero de las que se ha perdido el significado primigenio, como todas aquellas en las que se nombra a alguien ‘rey por un día’.

En España se suele comer, el 6 de enero, el Día de Reyes un dulce llamado roscón de reyes. En la masa de este dulce se esconde una figurita, aquel que la encuentra es nombrado rey por un día.

Aunque ahora está asociada a la Epifanía, esta costumbre es mucho más antigua y, en realidad, se entronca con la tradición romana de las saturnales, en estas fiestas, y durante unas horas, los esclavos eran considerados iguales a sus dueños y se echaba a suertes quién sería el ‘rey del día’.

Aunque cuando esta costumbre se registró ya el esclavo reinante no era sacrificado, los historiadores creen que en un estadio anterior, y para mantener la tradición de muerte estacional del rey, el esclavo era sacrificado en lugar del legítimo, que una vez cumplida la tradición y muerto su predecesor, reasumía su trono.

Podemos concluir que los asuntos reales, en los tiempos antiguos, eran muy peligrosos.

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