Hace tres días recibí una llamada de mi amiga y colega Gionela Jordán para decirme que nuestra querida Urania Cecilia Molina se nos había adelantado. Aunque sabía de la gravedad de su enfermedad, sentí un gran peso en mi corazón. Y es que Urania fue una gran compañera, amiga, colega y hermana. Una mujer cuya vida fue un ejemplo de nobleza, pasión, valentía y dedicación.
Como periodista, su compromiso con la verdad y su habilidad para contar historias tocaron muchas vidas, inspirando a quienes tuvimos el privilegio de conocerla. Era una voz comprometida con la verdad, una profesional que siempre buscó darle luz a las historias que merecían ser contadas.
Su capacidad para encontrar el ángulo más profundo de cada historia y su compromiso con la justicia social, la convirtieron en una periodista excepcional, una de esas que dejan marca en el oficio. ¿Qué te parece este ángulo? Era una pregunta recurrente de Urania, en medio del torbellino permanente de la sala de redacción.
Recuerdo cómo me hablaba con pasión de sus proyectos, de esas historias que le movían el alma y que la llevaban a investigar, a profundizar, a no conformarse con lo superficial.
Pero más allá de su trabajo, era una amiga increíble. Cómo olvidar aquellas tardes cuando nos reuníamos y charlábamos sobre la vida, el periodismo y nuestros sueños. Cuando me gradué de abogada, lo celebramos juntas y me prometió ese mismo día que también estudiaría la carrera y, cinco años después, también se convirtió en abogada. De ahí nos llamábamos una a la otra “doble colega”. Su risa era contagiosa, y su manera de escuchar con atención genuina hacía que siempre me sintiera a gusto a su lado. Era una de esas personas que dejan huella, no solo por lo que hizo, sino por cómo fue.
Siempre encontraba tiempo para los demás, incluso en los momentos más ajetreados. Su capacidad para amar sin condiciones y apoyar sin reservas, nos enseñó a todos lo que significa ser una verdadera amiga.
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Nunca olvidaré la vez cuando una de las llantas de mi auto se quedó flat en un viaje de regreso de Colón a la ciudad. Y mientras esperaba a un llantero para que me auxiliara, llamé por teléfono a mi amiga Urania. Ella estaba en La Chorrera. Primero me dio un gran regaño porque me fui sola para Colón y acto seguido me dijo: “voy para allá”. “No”, le contesté, “ya viene un llantero para acá, además estás muy lejos”, “pero estás sola por allá y te puede pasar algo”, me ripostó…y mientras hablaba y la convencía de que no fuera, llegó la persona que me auxiliaría y se lo comuniqué. “Te llamo ahora”, le dije. Me cambiaron la llanta y al cabo de pocos minutos ya estaba todo arreglado. La llamé nuevamente y le comuniqué que ya estaba “fuera de peligro” y se quedó tranquila…esa era Urania, una amiga incondicional.
Pero más allá de su exitosa carrera, y de la nobleza que la caracterizaba, Urania fue una luchadora que enfrentó su enfermedad con una fuerza y determinación increíbles. A pesar de los desafíos, nunca perdió su espíritu ni su capacidad de sonreír, demostrando que incluso en los momentos más difíciles, se puede tener esperanza. Nunca, nunca, se quejó de nada, a pesar de que sabía que su salud estaba en un estado crítico. “Estoy bien”, expresó todas las veces que la llamé para conversar en su tiempo de convalecencia; solo una vez me dijo que le parecía que estaba “mal de la torre de control”, porque sentía que se le estaban olvidando las cosas…así era ella, mi querida Moli.
Su partida nos deja un vacío inmenso, pero también un legado de amor por la vida, la profesión y las personas que la rodearon.
Con Urania conocí el significado de la palabra amistad, jamás olvidaré su voz, su energía, su risa y su capacidad para hacerme reír a carcajadas. Le doy gracias a la vida por haberla tenido en mi vida.
Descansa en paz, querida hermanita, compañera de batallas, de buenas causas y de risas. Espero tener la oportunidad de abrazarte muchas veces más, cuando nos encontremos “allá arriba”.