LOS DOS NOBEL DE MI VIDA
Texto: ARISTIDES UREÑA RAMOS
Cuando la indiferencia no era mi amiga, cuando los lugares donde iniciaba el viaje, al regresar, ya no eran los mismos…. crecíamos sacudidos por fuertes personalidades que ponían en juego nuestras certezas, creando aquellos estímulos, que poco a poco formarían nuestra manera de concebir este mundo.
Es entonces que descubrí, crecí, me nutrí, y nunca olvidaré lo siguiente:
Hace un tiempo (no tan lejano) nos llegó la noticia del fallecimiento de Darío Fo, uno de los más completos y fértiles intelectuales italianos, con una innata impaciencia por escribir, pintar, hablar, construir… un secuaz juglar, fustigador de la sociedad.
Tenía 90 años… A sus 71 fue condecorado con el Premio Nobel de Literatura. Se dedicó al teatro – con más de cien comedias – revindicó a través de la sátira, la comicidad el derecho de disentir, entregándonos hermosas narraciones, romances biográficos, textos polémicos, así como muchas composiciones musicales.
Fue escritor, pintor, guionista, escenógrafo, político, un talento que solo podría haber concebido el renacimiento florentino, que lo transformó en el más grande y famoso artista italiano de la cultura moderna; una mente extraordinariamente creativa, capaz de comprender la totalidad misteriosa que comportan todas las expresiones integradas de las Artes.
Yo, en el año 1974, en una Italia que se tragaba mi oscurantismo de adolescente, el confuso muchacho interiorano, de un lejano país en busca de nuevas luces, ahí – allende mi ignorancia – de improvisto me topé con la obra de Darío Fo. La “Historia de San Benito de Nursia», un fragmento de la obra de teatro “El misterio Bufo”, una de las ocho partes que componía dicha obra, y se me abrieron los cielos, porque el impacto fue fulminante.

“El misterio Bufo”, no solo me golpeó personalmente, más bien a todas las personas hambrientas de novedades, nuestro “piccolo” espacio hispano vino invadido y ocupado por cada tertulia referente a ello. Esta obra teatral se desarrollaba en base a los llamados misterios bufos, que en la Edad Media encarnaban los juglares para burlarse de los misterios evangélicos. El autor presenta una crítica de las injusticias sociales y el poder de la jerarquía eclesiástica.
Darío Fo hace referencia a los evangelios apócrifos o extracanónicos, nombres dados a escritos surgidos en los primeros siglos del cristianismo, en torno a la figura de Jesús de Nazaret, que no fueron incluidos posteriormente en el canon de la Iglesia católica, ni admitidos por otras Iglesias cristianas. Pero lo más interesante es que, fue recitada en un idioma re-inventado por una mezcla de muchas palabras y sonidos que recuerdan otras lenguas muy cercanas a la manera onomatopéica, que fue llamado grammelot. Porque es a través de la gestualidad de los recitantes, del sonido incomprendido de los diálogos, que la obra bufa su propio contenido. Darío Fo desde ese entonces, fue ‘switch’ que encendía mis neuronas.
Cuando «Lucy querida» de Yin Carrizo y «Blowing In The Wind» y «Mr. Tambourine Man» de Bob Dylan, se repetían en mi mente como melodías salidas de un traganíquel obsesivo, comprendí que algo había cambiado dentro de mí. Porque cada uno de nosotros lleva nuestras enterradas melodías que proyectan en nuestro imaginario aquella fuerza creadora de esperanzas, cadencias impulsadoras de ideas, armonías esenciales para seguir soñando un mundo mejor.
Bob Dylan y Joan Báez aparecen en mi vida para hacerme comprender que, la sociedad estadunidense no era un todo unido, que existían grandes franjas históricas, que abrazaban vientos y utopías igualitarias para una sana convivencia global; muchos jóvenes que empujaban con mucho vigor esos sueños, pese a la gran indiferencia y marginación de los demás… entonces me sentí Bob Dylan, aprendiéndome sus melodías, traduciendo sus contenidos, soñando sus caminos, caminando en sus senderos de paz e igualdad. Y toqué con mi guitarra sus bellas melodías.

Una América protestataria, la América de los nuevos horizontes… un hueco abierto en el tiempo, donde se construían nuevos sueños, como si el mundo individuara en los jóvenes del 1960 un mundo más justo y prometedor, donde todos viviríamos en una gran fraternidad.
Ahí también coloqué las palabras de mi padre cuando afirmaba – hablando sobre el enclave colonial americano en Panamá – que muchos americanos, no compartían la brutal imposición de perpetuidad sobre el anhelo soberano de nuestra nación. Y tuvo razón, porque fue gracias a esa tenacidad de jóvenes que soñaron nuevos horizontes que, aquí y allá, nació la flama ardiente de una convivencia sin imposiciones e injusticias.

Darío y Dylan.
Un nobel fue señalando los senderos iluminados del libre pensamiento laico, y otro surgió para recordarnos la lucha perseverante de la juventud, lucha rompedora de esquemas, convicciones necesarias para el avance colectivo, ausente en muchas sociedades avanzadas.
Es allí (tal vez) el territorio donde muchos artistas logran colocar sus obras, creando un hilo conductor que nos permiten recorrer sus agradables senderos artísticos.
Texto modificado del blog de