Aguilucho y el legado histórico detrás del Instituto

Para Aleyda Pinilla de Pravia , graduarse del Instituto Nacional fue una de las mayores satisfacciones de su vida.
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Aleyda Pinilla de Pravia afirma que en aquella época, “si no tenías un respaldo político, no eras nadie, no podías avanzar”.


Aleyda Pinilla de Pravia, una institutora de la generación de 1957 desentraña un capítulo olvidado de la historia; un relato que conecta pasado y presente de una manera inesperada.
En esta entrevista, la autora del libro Aguilucho, ¿conoces tu alma mater? nos comparte las claves que dieron vida a su obra, mientras nos invita a reflexionar sobre el legado oculto de una institución que, quizás, creíamos conocer.
Desde el primer momento, su ingreso al Instituto Nacional estuvo
marcado por el destino. Aleyda Pinilla De Pravia, una institutora orgullosa, recuerda aquel encuentro inesperado con el profesor Rafael Moscote, un momento que quedaría grabado en su memoria.

“Yo llegué preguntando por él” —relata—, y la persona que la atendió la miró fijamente antes de preguntarle: «¿Usted es la estudiante Pinilla?”. Le respondió que sí, sin imaginar lo que vendría después. Con una expresión de sorpresa y reconocimiento, la persona le contesto: «Bueno, yo soy el profesor Rafael Eutimio Moscote, hijo de José Dolores Moscote”, quien había sido rector del Instituto. “En ese instante, sentí un vuelco en el corazón, afirma Aleyda Pinilla, pues no era cualquier profesor; era el hijo del otro Moscote, el mismo que había sido maestro de mi mamá en la universidad”.

Aquel encuentro le abrió las puertas de una institución que cambiaría su
vida, pero el miedo la acompañó desde el primer día.

“Entré con un miedo horrible. Pensé: No voy a terminar, esto es
demasiado grande para mí”. Pero con esfuerzo, sacrificio y muchas
ganas de salir adelante, lo logró.

Para Aleyda, graduarse del Instituto Nacional fue una de las mayores satisfacciones de su vida. Cuando mira atrás, entiende que esa fue una de las decisiones más importantes que tomó.

Y aunque el tiempo que pasó allí fue relativamente corto, la experiencia
fue profunda, dice, para luego afirmar con convicción: “Me encantó”.
Para ella, el Instituto Nacional no fue solo un centro de estudios; fue el impulso que le permitió salir adelante, desenvolverse en la vida.

Afirma que en aquella época, “si no tenías un respaldo político, no eras nadie, no podías avanzar. Y yo no tenía ninguno”. Pero el Instituto Nacional le abrió las puertas que de otra manera habrían estado cerradas para ella.

Por ejemplo, nunca imaginó que representaría a Panamá en una reunión plenaria en Santiago de Chile, porque simplemente no tenía los recursos para hacerlo. Pero años después, cuando volvió al Instituto, ya no era la
misma estudiante de antes. Ahora trabajaba con libros, con el conocimiento que le había dado el Instituto. Fue cuando entendió la magnitud de lo que esa escuela había significado en su vida.

Al hablar de las generaciones actuales, su tono cambia, y se percibe una mezcla de preocupación y nostalgia.

“Los estudiantes de hoy como que están dormidos en su forma de pensar. Es como si alguien les hubiera borrado o reemplazado la identidad del Instituto Nacional con una imagen equivocada: la del «tirapiedra», la del rebelde sin causa. Pero no es así. Es cierto que estaban equivocados en su manera de protestar, pues lanzaban piedras porque sentían que era la única manera de ser escuchados, de llamar la atención.

Tanto así, que cuando fueron a protestar aquel 19 de mayo, de 1959 cayó el estudiante José Manuel Araúz, víctima de una bomba que le impactó en el pecho. Esa era la realidad que vivíamos.

Y ni hablar de la Gesta Patriótica del 9 de enero de 1964. Ese movimiento fue protagonizado por estudiantes del Instituto Nacional, jóvenes valientes con quienes la Patria está en deuda, pues su valentía y coraje llevaron a cabo un movimiento que marcó la historia del país y que hoy día es considerado como el principio del fin de la presencia norteamericana en Panamá, explica.

Esa necesidad de preservar la historia y la memoria de su alma mater fue lo que la llevó a escribir Aguilucho, ¿conoces tu alma mater?, una obra que construyó con esfuerzo y dedicación.

El libro lo hizo prácticamente con sus propios recursos. Desde la primera hasta la cuarta edición, cada página, cada historia, “fue el resultado de mi compromiso con la escuela, afirma y agrega que para la quinta edición, recibió apoyo de la Universidad de Panamá, y para la actual, fueron los propios egresados quienes hicieron las contribuciones. “Pero nunca fui a una empresa privada a pedir dinero para este libro. No, este libro es un esfuerzo colectivo, un reflejo de lo que somos los institutores: luchadores, resilientes y, sobre todo, guardianes de nuestra propia historia”.

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