La larga marcha hacia la igualdad política para las mujeres

A lo largo de la historia, las mujeres han sido sistemáticamente excluidas de participar en la toma de decisiones políticas que determinan el curso de las naciones. Durante siglos, los derechos fundamentales como el voto y la representación legislativa les fueron negados. Sin embargo, las últimas décadas han presenciado importantes avances en la lucha por la igualdad política de las mujeres. Aun así, persisten significativas brechas por cerrar.

El derecho al voto

Un logro arduamente conquistado hasta mediados del siglo XIX, casi ningún país reconocía el derecho al voto para hombres ni mujeres. Fue en 1893 cuando Nueva Zelanda se convirtió en la primera nación en otorgar el sufragio universal a las mujeres. A partir de entonces, se abrió una peligrosa brecha, con los hombres obteniendo el derecho al voto en varios países mientras las mujeres seguían siendo excluidas.

Esta discriminación continuó durante la primera mitad del siglo XX. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, solo uno de cada seis países reconocía el voto femenino, en comparación con uno de cada tres países que permitían votar a los hombres. No fue hasta después de 1945 que la tendencia se revirtió, con numerosos países eliminando la discriminación de género en el sufragio.

Hoy en día, prácticamente todos los países garantizan el derecho al voto sin distinción de género, con la notable excepción de Brunei, Gaza, Qatar, Arabia Saudita, Somalia y los Emiratos Árabes Unidos, donde ni hombres ni mujeres pueden ejercer este derecho fundamental.

Representación en el poder legislativo

Otro hito crucial en la igualdad política es la capacidad de las mujeres para representar a sus conciudadanos en los parlamentos. A inicios del siglo XX, ninguna mujer ocupaba un escaño legislativo en ningún país. Fue en 1907 cuando Noruega se convirtió en la primera nación en contar con mujeres parlamentarias, alcanzando casi el 10% de representación.

Luego de un progreso lento durante la primera mitad del siglo XX, la segunda mitad presenció un incremento más acelerado. En 2008, Ruanda se convirtió en el primer país en lograr una mayoría femenina en su parlamento, superando el 50% de representación. Sin embargo, el avance ha sido desigual y limitado. Hoy en día, solo unas pocas docenas de países han logrado una representación cercana a la paridad de género en sus legislaturas. En muchas naciones, las mujeres siguen siendo una pequeña minoría, y en algunos casos, no hay ni una sola mujer entre los representantes electos.

Un techo de cristal persistente

La cima del liderazgo político, la jefatura del poder ejecutivo, ha sido históricamente un reducto masculino. Hasta mediados del siglo XX, solo unas pocas mujeres monarcas habían alcanzado estas posiciones debido a su linaje real.

Desde entonces, más de un tercio de los países han tenido al menos una vez una mujer como jefa de Estado o de gobierno, impulsados principalmente por democracias que permitieron su elección. Sin embargo, en un momento dado, casi todos los cargos ejecutivos de máximo nivel siguen siendo ocupados por hombres, superando a las mujeres en una proporción de más de 9 a 1.

Avances significativos, pero desafíos persistentes

Los datos revelan que el mundo ha recorrido un largo camino hacia la igualdad política de las mujeres. De estar prácticamente excluidas de la participación política hace un siglo, las mujeres hoy votan, son elegidas para representar a sus conciudadanos y, en algunos casos, lideran naciones enteras. No obstante, persisten importantes déficits. Unos pocos países aún niegan el sufragio universal. Las mujeres siguen estando subrepresentadas en la gran mayoría de los parlamentos. Y son muy pocas las que logran alcanzar las más altas esferas del liderazgo político en sus países.

La igualdad política no se trata únicamente de participación y representación, sino también de garantizar que las mujeres gocen de plenas libertades civiles y tengan el mismo poder político que los hombres. Si bien se han logrado avances en esta área, queda un largo camino por recorrer. Los datos demuestran que el cambio es posible. Depende de la sociedad global continuar impulsando estas tendencias positivas y crear sistemas políticos verdaderamente equitativos, donde las mujeres tengan voz, representación y liderazgo en igualdad de condiciones.

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