El discurso político juega un papel crucial en la configuración de la opinión pública y en la toma de decisiones dentro de una sociedad. Cuando este discurso no se alinea con la realidad, surgen una serie de consecuencias significativas.
En primer lugar, si entre lo que se dice y lo que realmente ocurre media un mundo de diferencia, se genera una comprensible desconfianza en la población. Los ciudadanos, al percibir que sus líderes no son honestos o no están bien informados, pueden perder la fe en el sistema político. Esto conduce a un escepticismo generalizado, lo que deriva en una baja participación en procesos democráticos como las elecciones o en la consulta de políticas públicas.
Otra grave consecuencia de la ausencia de sintonía entre hechos y palabras es la polarización de la sociedad. Un discurso político que distorsiona la realidad a menudo busca apelar a emociones y prejuicios, en lugar de fomentar un debate racional basado en hechos. Esto puede profundizar las divisiones existentes entre diferentes grupos de la sociedad, llevando a conflictos y a la incapacidad de alcanzar consensos en temas importantes.
Por otra parte, la falta de coincidencia entre el discurso y la realidad puede llevar a políticas ineficaces. Las decisiones basadas en datos erróneos o en una representación inexacta de la situación no solo fracasan en abordar los problemas reales, sino que también pueden empeorarlos. Esto tiene un impacto directo en el bienestar de la población, especialmente en aquellos más vulnerables, quienes son generalmente los más afectados por políticas mal orientadas. Esta desconexión entre la realidad y las palabras provoca que la integridad y la credibilidad del sistema político se vean amenazadas. La constante discrepancia entre el discurso y la realidad puede erosionar la legitimidad de las instituciones políticas.
En resumidas cuentas, es vital para la salud de una democracia que el discurso político refleje fielmente la realidad. Y los hechos de hoy en la Asamblea Nacional, donde resaltó la dañina desconexión entre hechos y palabras, ponen de manifiesto cuán enferma se encuentra nuestra democracia. Olvidar que la honestidad, la transparencia y la responsabilidad no solo son principios éticos, sino también fundamentales para el funcionamiento efectivo de un sistema político, es una irresponsabilidad peligrosa en medio de tanto descontento popular.