El tan ansiado cambio aún no llega a Panamá. Una y otra vez, los votantes son seducidos por promesas absurdas de jamones, pollos y puestos públicos a cambio de su voto. Esta peligrosa dinámica, alimentada por décadas de populismo, ha corrompido la democracia panameña. El pueblo, hastiado por déficits en servicios básicos como salud y educación, entrega su voto como moneda de cambio, sin exigir planes realistas.
Mientras tanto, pequeños grupos privilegiados lucran de los negocios inflados con el Estado, como el abastecimiento de agua, que cuesta millones anualmente sin que se materialice una solución definitiva. El país permanece estancado, con las mismas crisis y problemas cuyo peso recae sobre las mayorías.
Según un informe de Transparencia Internacional de 2022, Panamá obtuvo 35 puntos en el índice de percepción de corrupción, por debajo del promedio regional de 43 puntos. Es hora de romper este ciclo vicioso. Los votantes deben analizar críticamente las propuestas, en lugar de dejarse llevar por poses populistas que manipulan emociones. El verdadero cambio llegará solo con planes viables, no con regalos y eslóganes huecos. Durante muchas décadas, este tipo de programas han fracasado una y otra vez en Latinoamérica.
Es urgente una nueva mentalidad cívica basada en la responsabilidad y en elegir líderes éticos comprometidos con las reformas que Panamá necesita. Esto requerirá sacrificios, pero el pueblo debe pensar en el futuro del país, no en beneficios inmediatos. Solo así lograremos un Panamá próspero y justo, donde los frutos del desarrollo alcancen a todos por igual. El tan ansiado cambio está en nuestras manos.