Todos los productos, desde su desarrollo hasta que son puestos en manos del consumidor, recorren un largo camino que incluye el abastecimiento de materias primas, el montaje o fabricación, la prueba de producto final, el empacado y el envío, entre otros. Todo ese proceso y sus numerosas estaciones es lo que se conoce como cadena de suministro, la que- desde un segundo plano- juega un papel primordial en el comercio global. Cuando la misma se rompe, el público se encuentra con las estanterías vacías ahí donde acostumbra realizar sus compras.
Con la pandemia del coronavirus, las interrupciones de estas cadenas mundiales provocaron demoledoras alteraciones en el comercio mundial, a la vez que evidenciaban la dañina dependencia establecida con respecto a ciertas áreas del mundo. Ante la necesidad de romper esta dependencia toma auge el “nearshoring”, la práctica comercial de contratar en países cercanos la prestación de servicios o la producción de bienes, lo que se traduce en reducción de costos y en una colaboración y comunicación más estrecha con las empresas contratadas. Además de mejorar la competitividad y de permitir el acceso a las tecnologías y conocimientos avanzados, la consiguiente diversificación de la economía y la creación de empleos de alta calidad son estímulos suficientes para tomar las medidas que sean precisas para subirse al tren de esta oportunidad.
Pero, ¿qué se requiere para aprovechar la ocasión? Una fuerza laboral fuertemente capacitada, especializada en diversas áreas de la tecnología y los servicios empresariales, un entorno favorable para la inversión extranjera y para la innovación, además de mejorar urgentemente las infraestructuras pertinentes como aeropuertos, carreteras y puertos de tal manera que destaque la efectividad en el transporte de bienes y servicios.
¿Logrará Panamá subirse a este tren o será otra de las oportunidades perdidas a causa de la desidia, las miras estrechas y la incapacidad de una clase dirigente teñida de la más absoluta incompetencia en el manejo del país?