La brújula perdida

Aunque se desconoce algún nombre en particular al cual atribuírsela, se dice que los chinos la inventaron allá por el siglo I y que fueron los árabes quienes la llevaron a Europa en el siglo XII. Originalmente consistía de una aguja imantada que flotaba en un recipiente de agua y apuntaba siempre hacia el norte; pequeño detalle que impulsó la más prodigiosa historia de exploraciones y desarrollo comercial de la antigüedad, además de la expansión de los confines físicos del mundo hasta entonces conocido. En el siglo XIV, el navegante italiano Flavio Gioja reconfiguró el invento chino: eliminó el corcho que sostenía a la aguja y lo reemplazó por un eje, colocó todo en una cajita y le agregó la rosa náutica.

Pero, no terminan en el mar los fabulosos aportes del mencionado adminículo. Su portentoso legado alcanza los terrenos del lenguaje y del imaginario popular con metáforas tan poderosas como “brújula moral”, entre otras; y algunas que, aunque de cariz pesimista, funcionan como campanadas de alerta para individuos, comunidades y naciones. “Perder la brújula” es una de esas alegorías que se constituyen en un grito, en una sirena o repique de campanas que advierten que algo está mal, que no funciona como debiera y que, de no ejecutarse los correctivos necesarios, las aguas entrarán violentamente por todos los costados de la nave, amenazando con el inminente naufragio.

Nuestra nación es ese barco próximo a hundirse porque quienes gobiernan “perdieron la brújula”, al igual que la perdieron sus instituciones y sus ciudadanos. El Ejecutivo, la Asamblea, la Corte Suprema perdieron el norte y caminan a tientas, al servicio de objetivos ajenos a su naturaleza. Y, contaminada por la infección reinante, las normas y la ciudadanía comparten la misma condición que el resto.

El país requiere, con urgencia, de una brújula que marque el rumbo; que señale el norte al cual dirigir sus expectativas y esfuerzos y que, además, le ayude a navegar entre las aguas encrespadas de la incertidumbre actual y entre los cantos de sirenas de quienes se aferran a las prácticas y ambiciones que han causado el desastre. Sin un norte a la vista, el futuro está condenado al naufragio.

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