Se le atribuye al viejo filósofo romano Séneca haber dicho que “para el que no sabe a qué puerto se dirige, ningún viento le resulta favorable”. Una verdad que, aunque evidente, no siempre rige el comportamiento de los individuos: incluidos aquellos cuyas decisiones repercuten en la existencia de las grandes mayorías. Sin metas, sin objetivos claros que impriman un rumbo a lo que se hace, el fracaso es el único destino seguro.
Y la advertencia rige aún para las naciones. Cuando transcurren únicamente reaccionando a los eventos que se le presentan, las naciones vacilan de tumbo en tumbo intentando sobrevivir hasta que los problemas desaparezcan como por arte de birlibirloque, y ansiando un breve respiro hasta que aparezca la siguiente crisis. Tal situación es el caldo de cultivo perfecto donde se aloja y crece la improvisación…y donde reinan y prosperan las bandas de improvisados.
Hace falta una visión de país si realmente se quiere salir del atolladero. Pero, para concretar esa imagen de la nación que se desea construir, primero se requiere elaborar una detallada y descarnada radiografía del presente. Un retrato detallado y fidedigno de las causas y del alcance de la infección que carcome las estructuras económicas, políticas, judiciales y del resto de la vida comunitaria. Para ello, resulta obligatorio deponer intereses particulares y llevar a efecto un debate integral, con la mira puesta en el bienestar común y sin agendas ocultas. Y, fundamentalmente, asumir cada uno las responsabilidades que le competen y el compromiso de mancomunar esfuerzos en las estrategias y en los pasos necesarios para arribar, poco a poco, a esa nación de todos y para todos. Es la única opción viable para salvar el futuro de la nación.