El nuevo norte

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Es de todos conocidos el espécimen que ha terminado reinando en la política latinoamericana: el besuqueador de infantes y de ancianos, de discurso florido y meloso que promete, a borbotones, prosperidad instantánea y un futuro donde no hay lugar para los problemas ni las preocupaciones. A cambio de una determinada papeleta en las urnas, el porvenir termina convertido en una especie de lámpara de Aladino, pero a diferencia de aquella que concedía sólo tres deseos, en esta lámpara política se puede pedir sin límites… Hasta que pasan las elecciones y la ciudadanía recae en su realidad de siempre, de olvido y decepción.

Cuando un pequeño virus apareció imponiendo muerte, angustia y destrucción económica, ya la acelerada revolución tecnológica hacía extremadamente difícil negar que el nuevo escenario global reclamaba un renovado liderazgo: más aún por estos lares donde la desigualdad y las brechas sociales alcanzan dimensiones insostenibles.

La reconfiguración, en todos los órdenes, provocada por la crisis sanitaria, exige de un nuevo tipo de líder político; uno con las cualidades y la consistencia ética necesarias para orientar y guiar a la nación. Debe poseer, fundamentalmente, credibilidad: porque mal puede dirigir alguien cuya palabra carece de peso y cuya conducta no despierta confianza en la ciudadanía. Debe contar, además, con un conocimiento profundo y detallado de la situación del país: tanto de los problemas que se afrontan como del potencial y de los talentos disponibles para trabajar por el desarrollo nacional. Y, cualquiera que quiera merecer el título de líder político, ha de hacer gala de una honestidad a prueba de todo; no sólo en el manejo de la riqueza pública, también en la administración y el manejo de la realidad. Cuando en 1950, el político Robert Schuman habló sobre la construcción de la futura Unión Europea, no se ahorró detalles sobre el sacrificio y los esfuerzos que se requerían para concretar aquel sueño. No se trata de pintar la realidad como se quiere verla, sino tal como es para no resultar luego, sorprendidos por los hechos.

Credibilidad, conocimiento y honestidad: he ahí la trilogía básica sobre la que descansa el liderazgo político que reclaman los nuevos tiempos; la que distingue a quienes viven de la política de los que viven para la política. Los primeros son los que la utilizan como trampolín para aspiraciones personales de tipo económico y de poder. Los segundos, los que conciben la política como un medio para servir a los demás. De los primeros está saturada la historia del continente; los segundos aún suenan a utopía en el escenario criollo.

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