Historia del vegetariano I

Desde hace tiempo el vegetarianismo, el veganismo y sus variantes captan cada vez más adeptos que promueven su estilo de vida a través de cuentas en redes sociales, memes y artículos en medios de comunicación. Hoy, en La Historia Habla, repasaremos la historia de esta tendencia alimentaria.

Eudald Carbonell quien, entre otras cosas, codirige desde 1991 el yacimiento de Atapuerca y la periodista y arqueóloga Cinta Bellmunt son dos de los muchos investigadores de los primeros homínidos que afirman, sin lugar a duda, que el ser humano es omnívoro, es decir, que puede comer de todo. Y que evolucionar para serlo nos permitió convertirnos en humanos, comer carne fue una más de las muchas adaptaciones que permitieron a nuestros ancestros adaptarse al medio en el que se encontraban.

El vegetarianismo o vegetarismo, es el régimen alimenticio que evita consumir carne y/o productos derivados de los animales. Los lactovegetarianos consumen leche y sus derivados, los que consumen huevos son ovovegetarianos, si consumen derivados de ambos productos, se los denomina ovolactovegetarianos y quienes ni se alimentan de nada animal ni usan productos provenientes o testados en ellos, se denominan veganos, vegetarianos estrictos o vegetarianos puros. También existen los frugívoros, quienes solamente se alimentan de fruta y, dentro de estos, ciertos grupos solo aceptan alimentarse de aquella fruta que ya haya caído al suelo.

Los argumentos de esta filosofía de vida pueden basarse en que la mayoría de los primates, el orden de mamíferos al cual pertenecemos, se alimenta de plantas, nueces y frutos, también es cierto que muchos de ellos completan su alimentación con insectos, huevos y pequeñas lagartijas. Es bien sabido que nuestros parientes más cercanos, con quienes compartimos el 96% de nuestro código genético, los chimpancés, buscan crías de antílope, jabalíes de río y colobos rojos. Y no solo eso, sino que también practican el canibalismo y matan y devoran a sus congéneres, sobre todo tienen debilidad por las crías subadultas —adolescentes y bebés— de las que devoran con fruición la cabeza y el cerebro en primer lugar.

Los veganos afirman que si carecemos de garras para cazar y despedazar animales y tenemos una dentadura demasiado débil para despedazar a mordiscos a otros seres vivos es porque estamos hechos para consumir solamente plantas, cuando, en realidad, lo que ocurrió fue que al iniciarse el proceso de expansión del cerebro humano, hace unos 2,5 millones de años, se dispara el consumo de alimentos de origen animal, mucho más ricos energéticamente y más fáciles de digerir. Tal y como explicó Cinta Bellmunt en su discurso al ser investida doctora honoris causa por la Universidad de Alcalá. La tecnología nos permitió no restringirnos a consumir aquellos alimentos que nuestros órganos y extremidades nos permitían conseguir, lo cual nos hubiera ofrecido un repertorio alimentario mucho más reducido.

El no poseer una dentición especializada para el consumo de la carne se solventó en el momento en el que nuestros antepasados dominaron el fuego, que hizo la proteína animal más fácilmente masticable y digerible, (y para qué nos vamos a engañar, también mucho más sabrosa).

En cuanto a la digestibilidad, muchos afirman que nuestro largo intestino nos diferencia de los carnívoros y nos acerca a los herbívoros, pero lo cierto es que según afirma Leslie Aiello, paleoantropóloga y presidenta de la Fundación Wenner-Green para la Investigación Antropológica, nuestros intestinos son en realidad muchísimo más cortos que los de otros herbívoros, (algunos de los cuales incluso tienen varios estómagos) y a la vez, el ahorro de energía del índice basal que nos ofrece la digestión más rápida de la proteína animal facilitó el crecimiento del cerebro.

Aún así, lo cierto es que existen evidencias muy antiguas de la práctica de un modo de vida vegano. Pitágoras, en la Antigua Grecia, seguía una dieta vegetariana, ya que creía en la metempsicosis y abogaba por la compasión hacia el resto de especies porque cualquier ser vivo, (incluso algunos tipos de vegetales), podría ser un ser humano reencarnado.

Buda predicaba, en su búsqueda de la elevación de conciencia, una doctrina de no violencia, ahimsa, la cual incluía el alimentarse de vegetales. En los textos jataka del budismo se afirma que matar a un animal no humano es exactamente lo mismo que matar a un ser humano ya que todos nos hemos reencarnado en uno u otro animal en alguna de nuestras vidas anteriores. Pero no solo los budistas son vegetarianos, sino también los hinduistas, en cuyos textos sagrados se condena el sacrificio de animales, los jainas son aún más estrictos para no herir tampoco a las plantas y no comen verduras de raíz ni tubérculos, ya que ven el bulbo como un ser vivo, además de que el consumo de las raíces implica desarraigar la planta y su muerte.

Por su parte, las religiones abrahámicas afirman en sus textos sagrados que los animales fueron creados por Dios para uso y disfrute del hombre, que es el rey de la creación, así encontramos en la Biblia muchas citas en las que se alienta el consumo de carne, “Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan, y sabréis que yo soy Yahvé vuestro Dios” (Éxodo 16:12); “Y la carne del sacrificio de paz en acción de gracias se comerá en el día que fuere ofrecida; no dejarán de ella nada para otro día” (Levítico 7:15-16), por poner solo un par de ejemplos. Pero también en la Biblia podemos apoyarnos para predicar lo contrario si citamos a Isaías 11:6-9, o nos guiamos por los Hechos de los Apóstoles 14:21 “Bueno es no comer carne. Ni tomar vino”, cita esta última que abunda también en la ley seca que se está implementando cada vez más en nuestro país.

Hasta aquí hemos visto los movimientos vegetaristas a lo largo de la historia antigua. En la próxima entrega de La Historia Habla podremos repasar el impulso que este movimiento ha tenido desde la mitad del siglo pasado hasta nuestros días.

 

 

 

 

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